Última Eucaristía en Emaús |
La
víspera de nuestro regreso, con la peregrinación casi terminada, fuimos a la
sede de la Custodia de Tierra Santa. Es una institución de la Orden
Franciscana, porque por petición de la Iglesia han sido los hijos de San
Francisco de Asís quienes desde hace casi 800 años, asumen este encargo de
custodiar los lugares de Jesús, de María, de la primitiva comunidad cristiana.
Quisimos tener un encuentro con el P. Artemio Vítores, OFM, franciscano español
que lleva en Jerusalén cuarenta años y en este momento es el Vicario de la
Custodia. Nos explicó lo que han hecho los franciscanos a lo largo de tantos
siglos. Lo primero es cuidar los lugares vinculados al Señor, porque sus sitios
nos hablan todavía y guardan el secreto desvelado de lo que allí aconteció y
sigue aconteciendo. No son piedras, ni tampoco rincones mágicos, esotéricos,
con extrañas energías que habría que catalizar. Son lugares que siguen narrando
una historia, y que arrojan una luz preciosa sobre los textos del Evangelio,
como si allí nos diéramos cita de nuevo los discípulos de hoy con el Maestro
eterno. Esos lugares hay que cuidarlos, limpiarlos, dignificarlos, y sobre todo
brindar la acogida a los que peregrinan en búsqueda de la gracia, de la verdad,
de la bondad que el Señor resucitado allí nos sigue brindando.
En
segundo lugar, la Custodia acompaña a las comunidades cristianas de Tierra
Santa. No sólo las que están en Israel, sino también las que están en Jordania,
en Siria, en Líbano, en Turquía, etc. De modo particular, lógicamente, las que
están en Israel. Las parroquias que llevan los franciscanos, los colegios
ofreciendo una educaci ón integral desde el Evangelio, el
sostenimiento los pequeños talleres de artesanía. Y también adquiriendo viviendas para los
cristianos a fin de que no tengan que vivir un éxodo interminable en medio de
la incomprensión y a veces la hostilidad como de un fuego cruzado entre judíos
y musulmanes. También es importante la Facultad de Estudios Bíblicos (Studium
Franciscanum Biblicum) en donde se profundiza en la Sagrada Escritura al más
alto nivel de la exégesis, la historia, la geografía, la arqueología, la
teología.
En
tercer lugar, recuperar las “campanas”. Literalmente es lo que con la conquista
de Tierra Santa por parte de Saladino en la derrota de Hattin (1187) que
sufrieron los Cruzados, las campanas fueron fundidas o quebradas. Esto era como
enmudecer a Dios, quitarle la posibilidad de llamar a su Pueblo, porque la
campana en nuestra tradición significa precisamente eso. Más allá del
significado propio y literal de ir recuperando las campanas, la Custodia ha
velado en todos estos siglos para que Dios pueda seguir siendo escuchado, sea
donde sea que Él hable. En este sentido, hay muchos tipos de campanarios, es
decir, muchos modos en los que Dios puede seguir diciéndonos tantas cosas a sus
hijos: todo lo que a Él le da gloria y a sus hijos nos acerca una bendición.
Eso es lo que Dios quiere seguir diciéndonos con palabras verdaderas de gracia,
de paz, de justicia, de belleza y de bondad.
Agradecimos
al P. Artemio todo lo que los franciscanos siguen haciendo por esta Tierra de
Jesús junto a otras comunidades religiosas e instituciones de Iglesia, y le
ofrecimos un importante donativo en nombre de la Diócesis de Oviedo, como
complemento de la colecta del Viernes Santo por los Santos Lugares.
Ya
el mismo día de tomar el avión de regreso en Tel-Avil, hicimos una última
parada en Emaús-Latrun para celebrar la Eucaristía final. El marco no podía ser
más adecuado. Las ruinas que recordaban la iglesia de la época de los Cruzados
en ese lugar, nos permitió celebrar la Santa Misa con el relato de lo que el
Evangelio de San Lucas nos refiere de aquellos dos discípulos frustrados que
regresan a Emaús ante el “fracaso” de Jesús con su muerte en la cruz. “¿De qué
veníais hablando por el camino?”. Esta fue la pregunta como auténtica
provocación que Jesús les planteó. Y entonces les fue explicando las Escrituras
que no habían entendido, los hechos y palabras que no sabían comprender. Ellos
quedaron conmovidos, sus ojos se les abrieron, y sus corazones comenzaron a
arder. “Quédate junto a nosotros, que el día está ya de caída”, le dijeron, y
Él desapareció. Era toda una parábola de nuestra peregrinación. También
nosotros veníamos hablando de nuestras cosas por el camino de la vida:
ilusiones, frustraciones, los fantasmas de nuestras preocupaciones, o la
realidad terca de nuestros sufrimientos reales… todo eso que nos dilata la
mirada con esperanza o lo que nos acorrala fatalmente con su impostura. Y podía
sucedernos que también nosotros experimentásemos una especie de desencanto o
indiferencia ante la aparente ausencia o silencio de Dios. De hecho, en nuestro
camino cotidiano que interrumpimos al iniciar esta peregrinación se dan todos
esos registros: lo más hermoso y gratificante, lo más duro y preocupante.
Pero
con este bagaje claroscuro, con este sinfín de agridulces realidades, llegamos
a la Tierra de Jesús y pudimos seguir sus huellas, escuchar in situ su Evangelio, y contemplar desde
los dos mil años de tradición cristiana cómo el Señor no es una quimera
fantasiosa, ni su mensaje algo lejano e irreal. También a nosotros se nos
abrieron los ojos y se nos encendió el corazón. Y volvemos a nuestra realidad,
esa que nos esperaba sin tregua. Tal vez la realidad no ha cambiado, pero acaso
nosotros la vemos diferente, porque los que han cambiado son nuestros ojos y el
nuestro pálpito del corazón.
Tierra
Santa… Tierra Santa… también es el terruño en donde a diario nuestra vida se
despierta, se enfada, se enamora, se ilusiona. Por esta tierra pasa
cotidianamente el Señor, poniéndose discretamente a nuestro lado para
cambiarnos la mirada y para encender el corazón.
+
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
Jerusalén,
14 julio de 2012
Mons. Sanz habla a los peregrinos, en la última Eucaristía |
"Quédate junto a nosotros..." |
Eucaristía final |