El grupo de peregrinos, esperando entrar en la Basílica de la Natividad |
La Casa del
Pan, es lo que significa Belén, Bet-lehem. Y allí dormimos tras el día anterior
intenso en las vivencias y subido en los calores. Bien descansados teníamos un
cita especial en la Basílica de la Natividad. No llevábamos sonajas ni panderetas,
tampoco cantamos el “Adeste Fideles” o el “Noche de Paz” con el frío propio de
las navidades de diciembre en nuestros lares. Era curioso el cantar navideño
armonizado con el sonido del clas-clas del abanico que alivia el sofoco ya a las ocho de la mañana.
Pero las
calendas y su ambientación meteorológica no contaban para lo que estábamos
viviendo. El dato que nos movía era la memoria allí de lo que aconteció hace
dos mil años, y beneficiarnos de nuevo nosotros aquí como lo hicieron aquellos
de antaño. Un allí y un aquí, un entonces y un ahora es lo que misteriosamente
se juntan como un regalo que nos toca, que nos corresponde, que es capaz de
abrazar nuestra vida aquí y ahora, como el mismo Dios la abrazó entonces y
allí.
Porque
también para nosotros se cumple lo que ya decía ese texto del libro de la
Sabiduría que escuchamos en la Navidad: “cuando un silencio todo lo envolvía, y
la noche estaba a la mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente, Señor, se
abalanzó a una tierra condenada al exterminio” (Sab 18,14-15). Hay una Palabra
que todo lo puede, que todo lo crea, que todo lo recrea, que es la que sale de
los labios de Dios. Él siempre nos la pronuncia, tanto cuando nos susurra cosas
como cuando nos las dice mientras calla. Pero jamás su Palabra es un hablar por
hablar, sino que llena de sentido y horizonte nuestro silencio enmudecido, y
enciende una luz capaz de disipar cualquier oscuridad.
Quedan
rotos, audazmente quebrados los modos y métodos en los que cabría organizar la
venida de Dios. Él no vendrá como sabihondo sabelotodo, no será un poderoso
potentado, ni actuará cual gran gendarme del mundo armado hasta los dientes de
fuerza multinacional. Menos mal que el Padre eterno no nos preguntó. Por no
haber no hubo ni siquiera una rueda de prensa. Anónima donde las haya fue
aquella escena: una joven mujer en trance de dar a luz a su pequeño, ante la
intemperie de no encontrar lugar para semejante instante. Siendo como era casi
niña, primeriza mamá, con el peso de todas las incertidumbres, confiada en la
palabra que el mensajero de Dios le había dado, apoyada en la fidelidad
discreta de aquel carpintero bueno y justo que la acompañaba, José que tanto y
tan puramente la quería. La joven nazaretana Miriam, encontró en una especie de
establo el lugar para que naciera el Mesías, Rey de todos los reyes.
Todo esto
sucedió entonces, lejos de cualquier glamour pinturero, al margen de los
mentideros y de las vanidades, de los que calculaban sus vergüenzas para tener
a raya la infinita paciencia de Dios. Nada parecía estar pasando, y sin embargo
un antes y un después para siempre aconteció. Arriba en las majadas, el campo
de los pastores no tenía mayor cosa extraordinaria aquella noche. Entre
zurrones y sin turrones, también a ellos, los primeros de todos, se les dio la
noticia con un “hoy” que resonará para siempre en la historia de los hombres:
os ha nacido un Salvador. La vida tosca y sin apenas horizonte de aquellos
pastores, al margen de tantas cosas, carentes de tanto cuanto su ignorancia les
hurtaba y escondía, de pronto se iluminó.
La luz era
distinta, tanto que ni siquiera la sabrían contar, ni dibujar, ni darle forma o
componer para ella una música especial. Pero era luz. No sabían cómo, pero
aquellas vidas quedaron iluminadas y encendidas con una claridad y una lumbre
tan poderosas como tiernas y sin mentiras. ¿Era posible que una escena así
pudiera hacer tanto? ¡Pero si era tan sólo un bebé recién nacido, y su madre
que no sabía bien como cogerle en brazos, o cómo cambiar su llanto en sonrisa!
Y aquel José que parecía el padre sin serlo, estaba lleno de asombro como si de
un pasmo se tratase.
Así de
cotidiana fue esa escena, así de inesperado el modo con el que Dios quiso
enviarnos al Salvador de nuestras vidas. Nosotros allí, arrebujados en torno a
ese misterio que tiene que ver con cada uno, pusimos ante el Niño los
escenarios en los que esa escena hace que Dios se haga nuevamente contemporáneo.
También nosotros andamos en las mil derivas, sin lograr dar a luz un mundo en
donde la paz y la justicia se besen como dice el profeta Isaías, en donde la
gloria de Dios no se perciba como rival de nuestra dicha, en donde los hombres
se sepan verdaderamente hermanos bajo la mirada del Padre de todos, a pesar de
nuestras fugas pródigas o nuestras permanencias resentidas.
Como
pastores a los que se les anuncia inmerecidamente una Buena Noticia, así se nos
anunció a nosotros. Como aquellos Magos de oriente también nosotros vinimos a
adorar a ese Niño guiados por la estrella. Entre pastores y Magos andamos
nosotros también, con nuestras cosas, con nuestras cuitas, con aquello que nos
acorrala y lo que nos permite vivir una esperanza rendida. Es Navidad. Sólo
cabe nuestro mejor albricias.
+ Fr. Jesús Sanz
Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Belén, 11 julio de 2012
Celebrando la Navidad en Belén, el 11 de julio |
En la iglesia del Campo de los Pastores, Pablo Morí canta Adeste Fideles |
Celebrando misa en Belén |
El grupo, a la entrada de la gruta de la Natividad |
En una de las cuevas del Campo de los Pastores de Belén |
En el Huerto de los Olivos |
Buena peregrinación por la bendita Tierra de JESÚS! Cuantas emociones, pasar, recordar, escuchar,, convivir por los Santos lugares donde Nuestra HISTORIA comenzó. Y como *ALGUIEN* dijo en otra peregrinación en el 2005: "Somos unos privilegiados, a parte de los regalos y fotos nos llevaremos a casa lo más importante de este viaje lo que nuestros ojos han visto y nuestros oidos han escuchado y nuestro SER HA SENTIDO Y VIVIDO"
ResponderEliminarORACIONES, SALUDOS Y MUCHA PAZ Y BIEN!!!