Hora santa en Getsemaní. Procesión con el Santísimo Sacramento por el Huerto de los Olivos |
Comenzamos
nuestra peregrinación con María en Nazareth. Llegando casi al término de
nuestra andadura en la Tierra Santa, miramos de nuevo a María yendo presurosos
a la montaña de Judea, en Ain-Karem, como cuando ella fue a visitar a su prima
Isabel. No era la prestación de servicios de la joven casi niña a la adulta
casi anciana, menos aún la curiosidad femenina de ver qué es lo que pasaba. No
es fácil entrar en los íntimos entresijos de María e Isabel, cuando con esta
visita se ponía de manifiesto la omnipotente creatividad de Dios, capaz de
confundir a los sabihondos y prepotentes para revelarse a los humildes y
sencillos.
Una
joven doncella y una adulta madura, ambas madres de un milagro. Cuando la vida
ya no se esperaba o cuando no se esperaba todavía, la vida llamó a la puerta
siendo la mano del mismo Dios quien la tocaba. Más allá de toda previsión,
lejos de cualquier cálculo, la medida sin-medida del Señor hacía que en aquella
familia se juntase la total confianza en Él y el gesto del más noble amor por
el hermano. María e Isabel llevaban dentro de sus senos intactos a Dios hecho
hombre y al Bautista que prepararía sus caminos sin atajos.
Pero
los que estábamos en esa Iglesia de la Visitación, mientras subimos despacio
rezando el rosario hasta llegar al lugar, íbamos pensando en ese gesto especial
de estas dos primas, madres de los primos que llevaban en sus entrañas. El
hecho es que María fue saludada por Isabel con un piropo especial:
bienaventurada por creer que lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Y en ese
instante el pequeño Juan que crecía en el vientre de su madre, saltó de alegría
haciendo notar su primer con el pequeño Jesús que llevaba María en su vientre
también. Un saludo que provoca el salto de gozo, de una verdadera alegría.
Será
el piropo que acompañará a María toda su vida. Como aquella vez que una mujer
sencilla del pueblo, viendo pasar a Jesús le dijo el requiebro: dichosos los
pechos que te amamantaron y el seno que te crió, que es como decir en castizo
nuestro popular ¡viva la madre que te… concibió! (traducción libre). A ello
repuso Jesús una enmienda a lo dicho por aquella buena mujer: más bien dichosos
los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen. Pero no era un reproche como
tal, ni una enmienda tampoco. Era situar la dicha de María no en una razón
biológica –ser madre–, sino en un motivo de teológico –tener fe y vivirla–. En
este año de la fe, era justo subrayar este aspecto de la joven María, que la
acompañará durante toda su vida. Desde que ella dijo al ángel: hágase en mi su
Palabra, no hizo otra cosa en su camino creyente.
En
aquella primera procesión del Corpus que representó el viaje de María desde
Nazareth hasta Ain-Karem, siendo ella la más pura custodia que llevó a Jesús
por los caminos, nosotros nos preguntamos en este lugar de la Iglesia de la
Visitación de la Virgen qué ocurriría si fuésemos portadores y portavoces suyos
en el vaivén cotidiano por donde nuestra vida pasa. ¿Qué saludos ofrecemos a
los demás al dirigirnos a ellos desde una vivencia cristiana? ¿Qué salta en sus
corazones cuando nosotros llegamos que hemos sido visitados previamente,
inmerecidamente, por el Señor? En María aprendemos un modo de encontrarnos
diferente, llevando como portadores al Señor, diciendo como portavoces sus
palabras, y permitiendo hacer más fácil al otro su encuentro con Dios, viendo
cómo salta de alegría en él lo mejor de su existencia.
Tuvimos
unas palabras de recuerdo de los niños no nacidos, mirando precisamente a estas
dos mujeres embarazadas, María e Isabel. Rezamos por ellos y con ellos, como
parte de esa pléyade de los santos inocentes que nuestra sociedad
hipócritamente burguesa y cínicamente violenta no deja de asesinar con la lacra
del aborto. Pedimos por sus madres y por todas las madres que están en riesgo
de abortar.
Pero no quisimos terminar nuestra
celebración, enmarcada en el sí a la llamada que Dios hizo a María e Isabel,
sin renovar los sacerdotes nuestras promesas y consagración ministerial. No
pudimos hacerlo en el Cenáculo, pero en Ain-Karem lo realizamos. ¡Cuántos
nombres inolvidables de personas y de dones que inmerecidamente se nos dieron!
¡Cuántos lugares en donde gracias y pecados tuvieron domicilio! Porque al
final, queda sólo ese triunfo del Señor en nuestras vidas, tras nuestros
jirones y nuestros descosidos.
Damos gracias
por tanto vivido y ofrecido, gozado y sufrido, pues ha habido de todo, como en
la vida misma. Pero para Dios que siempre nos acompaña, no ha habido lágrima que
le haya pasado inadvertida y haya querido enjugar, ni alegría por la que Él no
haya brindado. Una gratitud que incluso se hace mendiga. Porque no sólo damos
gracias, sino que pedimos gracia también. La gracia de reestrenar en don
recibido con la imposición de las manos. Ciertamente no somos ya aquellos
misacantanos con toda una vida por delante llena de vigor e ilusión, cuando
estaba todo aún por escribir. El vigor tiene ahora otra forma, y la ilusión
acaso se ha hecho humilde. Pero nuestra fidelidad sigue escribiendo día tras
día una historia para la que pedimos gracia al Buen Dios.
En el fondo
nuestro ministerio tiene algún parecido con la Visitación de María a Isabel,
puesto que llevamos a Alguien más grande que nosotros para que nuestro trabajo
pastoral se asemeje a ella: llevar a Jesús sin apropiarnos de Él; servir al
otro saludándole con los labios y con la vida. Que seamos nosotros
bienaventurados según el espíritu de las bienaventuranzas de Jesús.
+
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
Ain-Karem,
13 julio de 2012
Hora santa en Getsemaní |
Los sacerdotes que asisten a la peregrinación renuevan sus promesas sacerdotales en la iglesia de la Visitación |
Un momento de la renovación de las promesas sacerdotales |
Eucaristía, en la iglesia de la Visitación |
Los peregrinos, en la Eucaristía |
Monseñor Jesús Sanz, y los sacerdotes de la peregrinación |
Don Jorge Fernández Sangrador, Vicario General y guía de la peregrinación diocesana, explica a un grupo lo acontecido en Ain Karen |
El grupo escucha la explicación de don Julián Herrojo, en Betania |
Más peregrinos, en Betania |
En Betania |
El grupo de peregrinos, en la Custodia de Tierra Santa |
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