sábado, 14 de julio de 2012

Un saludo saltarín llevando a Dios en el corazón y en los labios



Hora santa en Getsemaní. Procesión con el Santísimo Sacramento por el Huerto de los Olivos




            Comenzamos nuestra peregrinación con María en Nazareth. Llegando casi al término de nuestra andadura en la Tierra Santa, miramos de nuevo a María yendo presurosos a la montaña de Judea, en Ain-Karem, como cuando ella fue a visitar a su prima Isabel. No era la prestación de servicios de la joven casi niña a la adulta casi anciana, menos aún la curiosidad femenina de ver qué es lo que pasaba. No es fácil entrar en los íntimos entresijos de María e Isabel, cuando con esta visita se ponía de manifiesto la omnipotente creatividad de Dios, capaz de confundir a los sabihondos y prepotentes para revelarse a los humildes y sencillos.

            Una joven doncella y una adulta madura, ambas madres de un milagro. Cuando la vida ya no se esperaba o cuando no se esperaba todavía, la vida llamó a la puerta siendo la mano del mismo Dios quien la tocaba. Más allá de toda previsión, lejos de cualquier cálculo, la medida sin-medida del Señor hacía que en aquella familia se juntase la total confianza en Él y el gesto del más noble amor por el hermano. María e Isabel llevaban dentro de sus senos intactos a Dios hecho hombre y al Bautista que prepararía sus caminos sin atajos.
            Pero los que estábamos en esa Iglesia de la Visitación, mientras subimos despacio rezando el rosario hasta llegar al lugar, íbamos pensando en ese gesto especial de estas dos primas, madres de los primos que llevaban en sus entrañas. El hecho es que María fue saludada por Isabel con un piropo especial: bienaventurada por creer que lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Y en ese instante el pequeño Juan que crecía en el vientre de su madre, saltó de alegría haciendo notar su primer con el pequeño Jesús que llevaba María en su vientre también. Un saludo que provoca el salto de gozo, de una verdadera alegría.
            Será el piropo que acompañará a María toda su vida. Como aquella vez que una mujer sencilla del pueblo, viendo pasar a Jesús le dijo el requiebro: dichosos los pechos que te amamantaron y el seno que te crió, que es como decir en castizo nuestro popular ¡viva la madre que te… concibió! (traducción libre). A ello repuso Jesús una enmienda a lo dicho por aquella buena mujer: más bien dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen. Pero no era un reproche como tal, ni una enmienda tampoco. Era situar la dicha de María no en una razón biológica –ser madre–, sino en un motivo de teológico –tener fe y vivirla–. En este año de la fe, era justo subrayar este aspecto de la joven María, que la acompañará durante toda su vida. Desde que ella dijo al ángel: hágase en mi su Palabra, no hizo otra cosa en su camino creyente.
            En aquella primera procesión del Corpus que representó el viaje de María desde Nazareth hasta Ain-Karem, siendo ella la más pura custodia que llevó a Jesús por los caminos, nosotros nos preguntamos en este lugar de la Iglesia de la Visitación de la Virgen qué ocurriría si fuésemos portadores y portavoces suyos en el vaivén cotidiano por donde nuestra vida pasa. ¿Qué saludos ofrecemos a los demás al dirigirnos a ellos desde una vivencia cristiana? ¿Qué salta en sus corazones cuando nosotros llegamos que hemos sido visitados previamente, inmerecidamente, por el Señor? En María aprendemos un modo de encontrarnos diferente, llevando como portadores al Señor, diciendo como portavoces sus palabras, y permitiendo hacer más fácil al otro su encuentro con Dios, viendo cómo salta de alegría en él lo mejor de su existencia.
            Tuvimos unas palabras de recuerdo de los niños no nacidos, mirando precisamente a estas dos mujeres embarazadas, María e Isabel. Rezamos por ellos y con ellos, como parte de esa pléyade de los santos inocentes que nuestra sociedad hipócritamente burguesa y cínicamente violenta no deja de asesinar con la lacra del aborto. Pedimos por sus madres y por todas las madres que están en riesgo de abortar.
     Pero no quisimos terminar nuestra celebración, enmarcada en el sí a la llamada que Dios hizo a María e Isabel, sin renovar los sacerdotes nuestras promesas y consagración ministerial. No pudimos hacerlo en el Cenáculo, pero en Ain-Karem lo realizamos. ¡Cuántos nombres inolvidables de personas y de dones que inmerecidamente se nos dieron! ¡Cuántos lugares en donde gracias y pecados tuvieron domicilio! Porque al final, queda sólo ese triunfo del Señor en nuestras vidas, tras nuestros jirones y nuestros descosidos.
Damos gracias por tanto vivido y ofrecido, gozado y sufrido, pues ha habido de todo, como en la vida misma. Pero para Dios que siempre nos acompaña, no ha habido lágrima que le haya pasado inadvertida y haya querido enjugar, ni alegría por la que Él no haya brindado. Una gratitud que incluso se hace mendiga. Porque no sólo damos gracias, sino que pedimos gracia también. La gracia de reestrenar en don recibido con la imposición de las manos. Ciertamente no somos ya aquellos misacantanos con toda una vida por delante llena de vigor e ilusión, cuando estaba todo aún por escribir. El vigor tiene ahora otra forma, y la ilusión acaso se ha hecho humilde. Pero nuestra fidelidad sigue escribiendo día tras día una historia para la que pedimos gracia al Buen Dios.
En el fondo nuestro ministerio tiene algún parecido con la Visitación de María a Isabel, puesto que llevamos a Alguien más grande que nosotros para que nuestro trabajo pastoral se asemeje a ella: llevar a Jesús sin apropiarnos de Él; servir al otro saludándole con los labios y con la vida. Que seamos nosotros bienaventurados según el espíritu de las bienaventuranzas de Jesús.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Ain-Karem, 13 julio de 2012
Hora santa en Getsemaní

Los sacerdotes que asisten a la peregrinación renuevan sus promesas sacerdotales en la iglesia de la Visitación

Un momento de la renovación de las promesas sacerdotales

Eucaristía, en la iglesia de la Visitación

Los peregrinos, en la Eucaristía

Monseñor Jesús Sanz, y los sacerdotes de la peregrinación

Don Jorge Fernández Sangrador, Vicario General y guía de la peregrinación diocesana, explica a un grupo lo acontecido en Ain Karen

El grupo escucha la explicación de don Julián Herrojo, en Betania

Más peregrinos, en Betania

En Betania

El grupo de peregrinos, en la Custodia de Tierra Santa

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