domingo, 15 de julio de 2012

Custodiar una historia. Contar lo sucedido en el camino


Última Eucaristía en Emaús

            La víspera de nuestro regreso, con la peregrinación casi terminada, fuimos a la sede de la Custodia de Tierra Santa. Es una institución de la Orden Franciscana, porque por petición de la Iglesia han sido los hijos de San Francisco de Asís quienes desde hace casi 800 años, asumen este encargo de custodiar los lugares de Jesús, de María, de la primitiva comunidad cristiana. Quisimos tener un encuentro con el P. Artemio Vítores, OFM, franciscano español que lleva en Jerusalén cuarenta años y en este momento es el Vicario de la Custodia. Nos explicó lo que han hecho los franciscanos a lo largo de tantos siglos. Lo primero es cuidar los lugares vinculados al Señor, porque sus sitios nos hablan todavía y guardan el secreto desvelado de lo que allí aconteció y sigue aconteciendo. No son piedras, ni tampoco rincones mágicos, esotéricos, con extrañas energías que habría que catalizar. Son lugares que siguen narrando una historia, y que arrojan una luz preciosa sobre los textos del Evangelio, como si allí nos diéramos cita de nuevo los discípulos de hoy con el Maestro eterno. Esos lugares hay que cuidarlos, limpiarlos, dignificarlos, y sobre todo brindar la acogida a los que peregrinan en búsqueda de la gracia, de la verdad, de la bondad que el Señor resucitado allí nos sigue brindando.
            En segundo lugar, la Custodia acompaña a las comunidades cristianas de Tierra Santa. No sólo las que están en Israel, sino también las que están en Jordania, en Siria, en Líbano, en Turquía, etc. De modo particular, lógicamente, las que están en Israel. Las parroquias que llevan los franciscanos, los colegios ofreciendo una educacigesis, la tierra pasa cotidianamtoanosnder el corazespierta, se enfada, se enamora, se ilusiona. Por esta tierra pasa cotidianamón integral desde el Evangelio, el sostenimiento los pequeños talleres de artesanía.  Y también adquiriendo viviendas para los cristianos a fin de que no tengan que vivir un éxodo interminable en medio de la incomprensión y a veces la hostilidad como de un fuego cruzado entre judíos y musulmanes. También es importante la Facultad de Estudios Bíblicos (Studium Franciscanum Biblicum) en donde se profundiza en la Sagrada Escritura al más alto nivel de la exégesis, la historia, la geografía, la arqueología, la teología.
            En tercer lugar, recuperar las “campanas”. Literalmente es lo que con la conquista de Tierra Santa por parte de Saladino en la derrota de Hattin (1187) que sufrieron los Cruzados, las campanas fueron fundidas o quebradas. Esto era como enmudecer a Dios, quitarle la posibilidad de llamar a su Pueblo, porque la campana en nuestra tradición significa precisamente eso. Más allá del significado propio y literal de ir recuperando las campanas, la Custodia ha velado en todos estos siglos para que Dios pueda seguir siendo escuchado, sea donde sea que Él hable. En este sentido, hay muchos tipos de campanarios, es decir, muchos modos en los que Dios puede seguir diciéndonos tantas cosas a sus hijos: todo lo que a Él le da gloria y a sus hijos nos acerca una bendición. Eso es lo que Dios quiere seguir diciéndonos con palabras verdaderas de gracia, de paz, de justicia, de belleza y de bondad.
            Agradecimos al P. Artemio todo lo que los franciscanos siguen haciendo por esta Tierra de Jesús junto a otras comunidades religiosas e instituciones de Iglesia, y le ofrecimos un importante donativo en nombre de la Diócesis de Oviedo, como complemento de la colecta del Viernes Santo por los Santos Lugares.
            Ya el mismo día de tomar el avión de regreso en Tel-Avil, hicimos una última parada en Emaús-Latrun para celebrar la Eucaristía final. El marco no podía ser más adecuado. Las ruinas que recordaban la iglesia de la época de los Cruzados en ese lugar, nos permitió celebrar la Santa Misa con el relato de lo que el Evangelio de San Lucas nos refiere de aquellos dos discípulos frustrados que regresan a Emaús ante el “fracaso” de Jesús con su muerte en la cruz. “¿De qué veníais hablando por el camino?”. Esta fue la pregunta como auténtica provocación que Jesús les planteó. Y entonces les fue explicando las Escrituras que no habían entendido, los hechos y palabras que no sabían comprender. Ellos quedaron conmovidos, sus ojos se les abrieron, y sus corazones comenzaron a arder. “Quédate junto a nosotros, que el día está ya de caída”, le dijeron, y Él desapareció. Era toda una parábola de nuestra peregrinación. También nosotros veníamos hablando de nuestras cosas por el camino de la vida: ilusiones, frustraciones, los fantasmas de nuestras preocupaciones, o la realidad terca de nuestros sufrimientos reales… todo eso que nos dilata la mirada con esperanza o lo que nos acorrala fatalmente con su impostura. Y podía sucedernos que también nosotros experimentásemos una especie de desencanto o indiferencia ante la aparente ausencia o silencio de Dios. De hecho, en nuestro camino cotidiano que interrumpimos al iniciar esta peregrinación se dan todos esos registros: lo más hermoso y gratificante, lo más duro y preocupante.
            Pero con este bagaje claroscuro, con este sinfín de agridulces realidades, llegamos a la Tierra de Jesús y pudimos seguir sus huellas, escuchar in situ su Evangelio, y contemplar desde los dos mil años de tradición cristiana cómo el Señor no es una quimera fantasiosa, ni su mensaje algo lejano e irreal. También a nosotros se nos abrieron los ojos y se nos encendió el corazón. Y volvemos a nuestra realidad, esa que nos esperaba sin tregua. Tal vez la realidad no ha cambiado, pero acaso nosotros la vemos diferente, porque los que han cambiado son nuestros ojos y el nuestro pálpito del corazón.
            Tierra Santa… Tierra Santa… también es el terruño en donde a diario nuestra vida se despierta, se enfada, se enamora, se ilusiona. Por esta tierra pasa cotidianamente el Señor, poniéndose discretamente a nuestro lado para cambiarnos la mirada y para encender el corazón.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
 Jerusalén, 14 julio de 2012
Mons. Sanz habla a los peregrinos, en la última Eucaristía

"Quédate junto a nosotros..."

Eucaristía final

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