En Cesarea Marítima, frente al mar Mediterráneo, escuchando la explicación del Vicario General, guía de la peregrinación |
Anoche llegábamos a Tel-Aviv cuando
el sol nos regalaba uno de esos atardeceres increíblemente bellos mientras
sangraban sus colores pintando de rojo el cielo y dejando azul de añil la mar.
El largo viaje hizo que nos recogiéramos pronto para descansar. Este segundo
día de nuestra peregrinación agradeció alguna hora de sueño más que reparase
las que se robaron al día anterior.
Comenzamos por Jaffo. Un puerto en
la Cesarea marítima que nos trajo el recuerdo de aquellos primeros escarceos
apostólicos cristianos fuera del ámbito estrictamente judío. De hecho el primer
converso fue un centurión romano en estos lares. Allí callejeamos el barrio de
pescadores y artesanos hasta dar con la casa de Simón Pedro. Todo por hacer entonces,
ninguna tradición detrás, y sin embargo ya se estaba escribiendo la historia
cristiana, nuestra historia, con aquellos primeros compases de una sinfonía
preciosa apenas comenzado en su estrenar. Nos asomamos a los restos del teatro
romano parcialmente restaurado, y allí, un poco apartados junto a la orilla del
mar, leímos conmovidos el relato del proceso de Pablo cuando sus excompañeros
sumos sacerdotes y ancianos de los judíos. Festo exponía al rey Agripa el caso
de Pablo: estaba confuso el gobernador porque no acertaba a entender las
razones de la acusación contra Pablo por parte de los judíos. Y terminó con una
conclusión que releída en este lugar siempre conmueve: “los acusadores no
presentaron contra él ninguna acusación de los crímenes que yo sospechaba;
solamente tenían contra él unas discusiones sobre su propia religión y sobre un
tal Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que vive” (Hch 25, 18-19).
Impresionante testimonio: afirmar que Jesús vive… podía
costar la muerte. Entre las ruinas de un tiempo y bajo un sol inclemente
dejándonos acariciar por la brisa del mar, era hermoso ese cántico más dulce
que el mecerse de las olas que rompían en la orilla. Jesús ha resucitado, vive
para siempre, y esto hay que afirmarlo de tal modo que suene a provocación
salvadora, aunque de tantos modos dicten contra nosotros una condena de muerte.
Da igual cómo sea el paredón, importa menos cuál sea el corredor, pero a diario
durante estos dos mil años de cristianismo, los verdaderos cristianos han
pagado con su martirio cruento o incruento que Jesús vive porque ha vencido su
muerte y la nuestra.
De allí nos fuimos al Monte Carmelo. Era la primera cita
con María en este segundo día de peregrinación. En la iglesia Stella Maris,
oteando ese inmenso mar que mirarían aquellos primeros cristianos cuando
comenzaron a navegar hasta los finisterrae del mundo conocido para anunciar a
Cristo, allí recordamos a la Virgen nuestra Madre. Esa nubecita de la que habla
la Biblia, es el presagio del agua benefactora que pone fin al desierto y la
sequía (1 Rey 18,44). María con su sí ha puesto fin a cuanto sofoca y desertiza
nuestra tierra condenada. Ella no es el agua, pero sí quien nos a trae, como
esa inocente parábola de la pequeña nube sobre la cima del Monte Carmelo. Y como
un faro seguro, nos orienta en los altamares cuando las tempestades y
turbulencias amenazan con naufragios sobrevenidos.
Con esta gratitud, nos fuimos ya a Nazaret donde nos
aguardaba la imponente y sencilla Basílica de la Anunciación. Allí tuvimos la
santa misa, y volvimos a escuchar el relato del arcángel Gabriel con Miriam.
Hay un cambio de plano con este enviado de anuncios salvadores: no es
Jerusalén, ni el Templo, ni el Sumo Sacerdote… el contexto de su embajada como
mensajero de Dios. Es más bien una desconocida aldea, Nazaret; en una casa
cualquiera, su propio hogar; y ante una joven casi niña, Miriam, María. Allí
tuvo lugar este milagro: que lo imposible para nosotros es posible para Dios. Y
la Palabra se hizo carne en las entrañas virginales de María. Una Palabra que
nacerá en un establo en la distante Belén, que tendrá que aprender a hablar,
que se hará fugitiva a Egipto por las censuras egoístas y asesinas de los
Herodes de turno, que se paseará por nuestros mil caminos y se nos dirá en sus
mil parábolas, que será clavada en una cruz hasta quedarse tan muerta como
muda, que resucitará de nuevo para decirnos la vida… ¡Cuántas palabras
aguardaban a aquella Palabra bendita! ¡Cuántas palabras nos contó o nos quiso
silenciar!
También a nosotros Dios ha reservado una palabra: la que
eternamente silenció para decírnosla a cada uno y para con cada uno poder
decirla. En María aprendemos el sí incondicional a esa Palabra que fue el
secreto de su vida. A María le pedimos ser fieles a lo que en nuestra vida, a
nuestra edad, dentro de la vocación recibida, Dios quiere decirnos y quiere
decir con nosotros.
Dos sacerdotes, de rodillas ante la casita de la Virgen,
mirando la estrella que señala en latín: hic Verbum caro factum est, aquí la
Palabra se hizo carne, iban desgranando su rosario. Yo lo hice también desde
atrás. Ellos pidieron por los hermanos en el sacerdocio de nuestro presbiterio
diocesano: que todos aprendamos de María su disponibilidad.
+
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
Cesaréa
– Monte Carmelo – Nazaret, 7 julio de 2013
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Cantando la Salve en el Santuario de la Virgen del Carmen, en el Monte Carmelo (Haifa) |
Ante la Virgen del Carmen, en el Monte Carmelo |
Mons. Jesús Sanz, con los sacerdotes que participan en la peregrinación diocesana, antes de celebrar la Santa Misa en Nazaret |
Mons. Sanz Montes, durante la Eucaristía en Nazaret |
En Cesarea Marítima |
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