Sor Teresa Yago, religiosa comboniana en Betania (Israel) habla a los peregrinos sobre su labor en Tierra Santa |
Estamos casi concluyendo nuestra peregrinación a Tierra Santa. Y dejamos casi para el final una visita especial mirando a aquella mujer por cuyo sí comenzó esta historia sagrada, una historia llena de humanidad que Dios mismo quiso llenar de su divina presencia.
Si comenzamos
nuestro periplo por Nazaret, allí nos volvemos para este final punto de
partida. Porque en la casita de Nazaret tuvo lugar la visita del arcángel
Gabriel a María recabando de ella el sí de su fe, la adhesión de su confianza a
lo que Dios le proponía. Y ella no dudó en aceptar que lo imposible a sus
fuerzas era posible para la gracia de quien la llamaba. Porque ella no dudó de
la palabra que Dios le proponía, sino que dudó de su propia capacidad de
respuesta. Y esta fue la diferencia entre ella y Zacarías, el padre de Juan
Bautista. Este anciano sacerdote dudó del mismo Dios y quedó mudo durante un
tiempo. María dudó sólo de sí misma, y la Palabra se hizo tienda en el seno de
su morada.
Pero en este tira
y afloja, en este vaivén de creyentes, tiene lugar una indicación que marcará
la actitud de la Virgen María. A ella se le dijo: mira tu prima Isabel, la que
llamaban estéril, que está ya de seis meses. Porque para Dios nada hay
imposible. Esta era la prueba sencilla y sublime a la vez: poder mirar a
alguien en quien ese milagro de la posibilidad de Dios que se adentra en la
imposibilidad humana para transformarla en lo que ni siquiera imaginamos. Y así
hizo María: ir hasta su prima Isabel.
Tomaría una
caravana para poder recorrer con ella los aproximadamente ciento veinte
kilómetros que separaban Nazaret de Ain Karem. Posiblemente esa caravana
recorrería el camino del desierto de Judá evitando así el otro camino más corto
que atravesaba o bordeaba Samaria. Y ahí tenemos a una casi niña milagrosamente
grávida, gestante de un sorprendente don que sin conocer varón la constituyó en
primeriza mamá.
Fue larga aquella
procesión del Corpus, la primera de la historia cristiana, cuando una joven
mujer fue la más limpia y bella custodia que paseaba a Jesús en el seno
virginal de su confianza creyente. Aldeas, ciudades, frondas fértiles y
desiertos sofocantes; llanuras llevaderas, pendientes cansinas cuando se suben
o precipitantes cuando se bajan; así fue, entre sudores acalorados,
pensamientos entrecruzados, esperanzas mantenidas, aquella procesión del Cuerpo
del Señor en el cuerpo virgen de su madre. Como cuando Él no deja de pasar en
quienes le comulgamos en la Eucaristía, por los entresijos de nuestros dolores,
de nuestros amores, de nuestros ensueños y nuestras pesadillas. Lo imposible…
que se hace posible.
Pienso en las
cosas imposibles para nosotros, y no me refiero al regalo de engendrar, sino a
tantas cosas cotidianas que nos restriegan impunes nuestra pequeñez, nuestra
vulnerabilidad, como si una fuerza malhadada de inconfesables pretensiones, nos
tuvieran al albur de sus intereses. En estos días son los datos que más nos
acorralan, nos asustan y nos enfrentan: índice de paro, prima de riesgo,
medidas a tomar. Habría que poner nombre, fecha y domicilio a las cosas que nos
parecen imposibles. Porque la esperanza cristiana coincide precisamente no con
el cálculo de nuestra medida capaz de hacer cosas, de enmendarlas, de proponerlas
y compartirlas, sino con el don que pedimos a quien nos lo puede dar, y con la
espera de que eso nos llegue algún día.
Evidentemente, no
me estoy refiriendo con esa esperanza a que Dios se ponga en faena de político,
de gobernante, de empresario, de líder sindical, de sabihondo con caché, y
menos aún de fuerza multinacional, para que interviniendo Él nos arregle
nuestras cuentas y nuestras cuitas. No, no es esta la esperanza cristiana.
Tantas veces, las más importantes, ese don que pedimos al Señor está en
nosotros, ya se nos había dado, pero nosotros no lo sabíamos o no queríamos
enterarnos, o vivíamos mal lo que para el servicio de los demás y la gloria de
Dios se nos había regalado. Entonces la gracia de Dios consiste en que nos
despierta, nos abre los ojos, nos pone a trabajar con otros, para decirnos que
este mundo nuestro terrible y maravilloso a la vez, en una herencia tan hermosa
como inacabada que pone en nuestras manos, es un don que se hace tarea en la
que podemos amasar un mundo posible.
En medio del caos
de destrucción y mentira con que el hombre se empeña en ir contra el sueño
mejor imponiéndose sus peores pesadillas, no por ello deja de tener nostalgia
de algo distinto, nostalgia de que acontezca lo verdadero, nostalgia de que
finalmente suceda lo que todavía no ha sucedido. Es una paradoja, pero no por
ello es quimera irreal o escape fugitivo: tener nostalgia de algo que esperamos
que suceda, no de algo antaño sucedido. Una discreta presencia la de Dios, que
siempre nos acompaña pero que nunca nos suple, por respeto a nuestra libertad,
como una presencia que se nos propone sin imponérsenos jamás. Pero la realidad
por dura que sea, no es capaz de apagar esa nostalgia de lo mejor, por más que
lo pinten así quienes pintan su negrura y su violencia.
El relato evangélico
de la visitación de María a Isabel habla de un gesto hermoso, que es el que
solemos asignar al encuentro con la gente que queremos de veras. La exclamación
de Isabel ante la llegada de María es una reflexión sobre las relaciones humanas:
“¿quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor? Apenas me llegó tu
saludo ha saltado de alegría la criatura que llevo en mis entrañas” (Lc 1, 44).
Y es aquí donde
se abre toda una indicación para cada uno: allegarnos al otro, a ese próximo
prójimo que la vida y la Providencia pone a nuestro lado, para acercarle no
nuestro enojo indignado, no nuestras pretensiones interesadas, sino a Dios que
nos habita o al menos debería habitarnos por la gracia. Y cuando esto sucede,
ocurre lo que nos dice Lucas que sucedió en Isabel al ser visitada por María:
que la criatura que llevaba en su seno saltó de alegría. Toda una reminiscencia
de lo que decían los salmos y los profetas hablando de esta Tierra bendita al
ser visitada por el mismo Dios: que salten de alegría las colinas y collados,
los ríos y las cascadas, porque llega el Señor que quiere habitar en medio de
su pueblo.
Entonces aquella
otra madre de otro milagro, la anciana Isabel, exclamó la razón más
bienaventurada: dichosa tú porque has creído que lo que te ha dicho el Señor se
cumplirá. Esta es la razón, sí, el santo y seña de este encuentro precioso. Que
María se creyó lo que Dios le decía, que María tuvo fe en Dios y por eso sería
bienaventurada: por acoger la Palabra de Dios y cumplirla en la vida. Todo un
programa para nosotros en este año de la fe.
Los sacerdotes
habíamos renovado nuestras promesas sacerdotales la víspera, junto al Cenáculo.
Y allí nos pusimos de nuevo a disposición del Señor que nos llamó y de la
Iglesia que en su nombre nos envía.
Y terminamos el
día con una visita también querida y especial: la Hna. Teresa Yago, misionera
comboniana. Nos contó la historia actual de los cristianos que viven aquí en la
Tierra Santa. No sólo cuidan los santuarios y acogen a los peregrinos, no sólo
tratan de dialogar con otros cristianos y otros creyentes de religiones
distintas, sino que también propician levantar la ciudad desde la civilización
del amor que el cristianismo propone mirando a su Señor y realizando su
evangelio de la más bella buena noticia. La cultura, la educación, la promoción
social integral, la apuesta por la paz… son las felices derivas de quienes siguen
las huellas de Jesús, de María y los Apóstoles en esta Tierra que tiene
historia y tiene geografía.
Fuimos visitados por
María, fuimos visitados también por esta querida religiosa. Una gracia que se
hace canto de alabanza en el más sincero magníficat, cuando Dios vuelve a mirar
nuestra pequeñez en donde toda su grandeza ha tenido cabida.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Jerusalén, 12 julio de 2013
Subiendo a la Iglesia de la Visitación, en Ain Karem |
Misa en la Iglesia de la Visitación |
Don Jesús celebra la Eucaristía, en la Iglesia de la Visitación |
Ante la Iglesia de la Natividad de San Juan Bautista |
Ante el Benedictus en Aim Karem |
Un grupo de peregrinos diocesanos venera el lugar del nacimiento de San Juan Bautista |
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