sábado, 13 de julio de 2013

Visitantes visitados: Ain Karem

Sor Teresa Yago, religiosa comboniana en Betania (Israel) habla a los peregrinos sobre su labor en Tierra Santa

Estamos casi concluyendo nuestra peregrinación a Tierra Santa. Y dejamos casi para el final una visita especial mirando a aquella mujer por cuyo sí comenzó esta historia sagrada, una historia llena de humanidad que Dios mismo quiso llenar de su divina presencia.
            Si comenzamos nuestro periplo por Nazaret, allí nos volvemos para este final punto de partida. Porque en la casita de Nazaret tuvo lugar la visita del arcángel Gabriel a María recabando de ella el sí de su fe, la adhesión de su confianza a lo que Dios le proponía. Y ella no dudó en aceptar que lo imposible a sus fuerzas era posible para la gracia de quien la llamaba. Porque ella no dudó de la palabra que Dios le proponía, sino que dudó de su propia capacidad de respuesta. Y esta fue la diferencia entre ella y Zacarías, el padre de Juan Bautista. Este anciano sacerdote dudó del mismo Dios y quedó mudo durante un tiempo. María dudó sólo de sí misma, y la Palabra se hizo tienda en el seno de su morada.
            Pero en este tira y afloja, en este vaivén de creyentes, tiene lugar una indicación que marcará la actitud de la Virgen María. A ella se le dijo: mira tu prima Isabel, la que llamaban estéril, que está ya de seis meses. Porque para Dios nada hay imposible. Esta era la prueba sencilla y sublime a la vez: poder mirar a alguien en quien ese milagro de la posibilidad de Dios que se adentra en la imposibilidad humana para transformarla en lo que ni siquiera imaginamos. Y así hizo María: ir hasta su prima Isabel.
            Tomaría una caravana para poder recorrer con ella los aproximadamente ciento veinte kilómetros que separaban Nazaret de Ain Karem. Posiblemente esa caravana recorrería el camino del desierto de Judá evitando así el otro camino más corto que atravesaba o bordeaba Samaria. Y ahí tenemos a una casi niña milagrosamente grávida, gestante de un sorprendente don que sin conocer varón la constituyó en primeriza mamá.
            Fue larga aquella procesión del Corpus, la primera de la historia cristiana, cuando una joven mujer fue la más limpia y bella custodia que paseaba a Jesús en el seno virginal de su confianza creyente. Aldeas, ciudades, frondas fértiles y desiertos sofocantes; llanuras llevaderas, pendientes cansinas cuando se suben o precipitantes cuando se bajan; así fue, entre sudores acalorados, pensamientos entrecruzados, esperanzas mantenidas, aquella procesión del Cuerpo del Señor en el cuerpo virgen de su madre. Como cuando Él no deja de pasar en quienes le comulgamos en la Eucaristía, por los entresijos de nuestros dolores, de nuestros amores, de nuestros ensueños y nuestras pesadillas. Lo imposible… que se hace posible.
            Pienso en las cosas imposibles para nosotros, y no me refiero al regalo de engendrar, sino a tantas cosas cotidianas que nos restriegan impunes nuestra pequeñez, nuestra vulnerabilidad, como si una fuerza malhadada de inconfesables pretensiones, nos tuvieran al albur de sus intereses. En estos días son los datos que más nos acorralan, nos asustan y nos enfrentan: índice de paro, prima de riesgo, medidas a tomar. Habría que poner nombre, fecha y domicilio a las cosas que nos parecen imposibles. Porque la esperanza cristiana coincide precisamente no con el cálculo de nuestra medida capaz de hacer cosas, de enmendarlas, de proponerlas y compartirlas, sino con el don que pedimos a quien nos lo puede dar, y con la espera de que eso nos llegue algún día.
            Evidentemente, no me estoy refiriendo con esa esperanza a que Dios se ponga en faena de político, de gobernante, de empresario, de líder sindical, de sabihondo con caché, y menos aún de fuerza multinacional, para que interviniendo Él nos arregle nuestras cuentas y nuestras cuitas. No, no es esta la esperanza cristiana. Tantas veces, las más importantes, ese don que pedimos al Señor está en nosotros, ya se nos había dado, pero nosotros no lo sabíamos o no queríamos enterarnos, o vivíamos mal lo que para el servicio de los demás y la gloria de Dios se nos había regalado. Entonces la gracia de Dios consiste en que nos despierta, nos abre los ojos, nos pone a trabajar con otros, para decirnos que este mundo nuestro terrible y maravilloso a la vez, en una herencia tan hermosa como inacabada que pone en nuestras manos, es un don que se hace tarea en la que podemos amasar un mundo posible.
            En medio del caos de destrucción y mentira con que el hombre se empeña en ir contra el sueño mejor imponiéndose sus peores pesadillas, no por ello deja de tener nostalgia de algo distinto, nostalgia de que acontezca lo verdadero, nostalgia de que finalmente suceda lo que todavía no ha sucedido. Es una paradoja, pero no por ello es quimera irreal o escape fugitivo: tener nostalgia de algo que esperamos que suceda, no de algo antaño sucedido. Una discreta presencia la de Dios, que siempre nos acompaña pero que nunca nos suple, por respeto a nuestra libertad, como una presencia que se nos propone sin imponérsenos jamás. Pero la realidad por dura que sea, no es capaz de apagar esa nostalgia de lo mejor, por más que lo pinten así quienes pintan su negrura y su violencia.
            El relato evangélico de la visitación de María a Isabel habla de un gesto hermoso, que es el que solemos asignar al encuentro con la gente que queremos de veras. La exclamación de Isabel ante la llegada de María es una reflexión sobre las relaciones humanas: “¿quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor? Apenas me llegó tu saludo ha saltado de alegría la criatura que llevo en mis entrañas” (Lc 1, 44).
            Y es aquí donde se abre toda una indicación para cada uno: allegarnos al otro, a ese próximo prójimo que la vida y la Providencia pone a nuestro lado, para acercarle no nuestro enojo indignado, no nuestras pretensiones interesadas, sino a Dios que nos habita o al menos debería habitarnos por la gracia. Y cuando esto sucede, ocurre lo que nos dice Lucas que sucedió en Isabel al ser visitada por María: que la criatura que llevaba en su seno saltó de alegría. Toda una reminiscencia de lo que decían los salmos y los profetas hablando de esta Tierra bendita al ser visitada por el mismo Dios: que salten de alegría las colinas y collados, los ríos y las cascadas, porque llega el Señor que quiere habitar en medio de su pueblo.
            Entonces aquella otra madre de otro milagro, la anciana Isabel, exclamó la razón más bienaventurada: dichosa tú porque has creído que lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Esta es la razón, sí, el santo y seña de este encuentro precioso. Que María se creyó lo que Dios le decía, que María tuvo fe en Dios y por eso sería bienaventurada: por acoger la Palabra de Dios y cumplirla en la vida. Todo un programa para nosotros en este año de la fe.
            Los sacerdotes habíamos renovado nuestras promesas sacerdotales la víspera, junto al Cenáculo. Y allí nos pusimos de nuevo a disposición del Señor que nos llamó y de la Iglesia que en su nombre nos envía.
            Y terminamos el día con una visita también querida y especial: la Hna. Teresa Yago, misionera comboniana. Nos contó la historia actual de los cristianos que viven aquí en la Tierra Santa. No sólo cuidan los santuarios y acogen a los peregrinos, no sólo tratan de dialogar con otros cristianos y otros creyentes de religiones distintas, sino que también propician levantar la ciudad desde la civilización del amor que el cristianismo propone mirando a su Señor y realizando su evangelio de la más bella buena noticia. La cultura, la educación, la promoción social integral, la apuesta por la paz… son las felices derivas de quienes siguen las huellas de Jesús, de María y los Apóstoles en esta Tierra que tiene historia y tiene geografía.
            Fuimos visitados por María, fuimos visitados también por esta querida religiosa. Una gracia que se hace canto de alabanza en el más sincero magníficat, cuando Dios vuelve a mirar nuestra pequeñez en donde toda su grandeza ha tenido cabida.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Jerusalén, 12 julio de 2013


Subiendo a la Iglesia de la Visitación, en Ain Karem

Misa en la Iglesia de la Visitación

Don Jesús celebra la Eucaristía, en la Iglesia de la Visitación

Ante la Iglesia de la Natividad de San Juan Bautista

Ante el Benedictus en Aim Karem

Un grupo de peregrinos diocesanos venera el lugar del nacimiento de San Juan Bautista

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