jueves, 9 de julio de 2015

Jueves, 9 julio de 2015. Dios en su Hijo no nos amó de broma


Panorámica de Jerusalén desde el Monte de los Olivos
 
Los días pasan y el recorrido de esta geografía que custodia una historia santa a la que está uncida nuestra vida, nos ha llevado en este día a los episodios en los que el desenlace de la entrega de Jesús, cobran un tono rojizo y tenso por la pasión que poco a poco se avecina. Jesús no nos amó de broma, como decía la mística franciscana Angela de Foligno.

            La jornada la empezamos en el monte de los Olivos para visitar la edicula del Olivete desde donde Jesús ascendió al cielo y entregó su propia misión a los discípulos. No nos quedamos absortos tampoco nosotros mirando al cielo, y comprendimos que tras veinte siglos de historia cristiana aquella misión se nos ha transmitido también a nosotros que no estábamos en el reducido círculo de aquel especial adiós. Nuestros ojos, nuestras manos, nuestro corazón, nuestro tiempo, nuestro ingenio y talento, nuestra entraña… todo se hace instrumento para que la misión que Jesús nos confió en aquellos siga sembrando al viento de esta época las semillas del Evangelio.

            De allí pasamos al lugar del Padrenuestro. Es la gruta en donde según la tradición Jesús desveló su secreto orante. La gruta se encuentra protegida por el Monasterio de Carmelitas descalzas Pater Noster, fundado en 1868 por la princesa de la Tour d’Auvergne. El recuerdo de la oración enseñada por el Maestro ha motivado el que las paredes del claustro aparezcan cubiertas con tan bella oración, escrita en la lengua nativa de un largo número de pueblos de todo el mundo como luego diremos. Los discípulos le veían madrugar cada día y casi trasnochar tras cada atardecer, para en soledad habitada hablar con el Padre Dios. De ahí que en un momento de confidencia, cuando vieron que volvía de orar, un anónimo discípulo le dijo aquello que para tantos luego se ha convertido en una misma oración: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús desgranó esa maravillosa oración en cuyas siete peticiones se concentra toda la vida cristiana: desde la invocación al Padre y la gloria de su santo Nombre, hasta desear que no se frustre en nosotros lo que Él ha soñado para la tierra como no se frustra lo que es realidad en el cielo; y que no nos falte el pan de cada día, como tampoco la paz del perdón fraterno que sea espejo del perdón misericordioso que recibimos de Dios; para concluir con humildad que no seamos tentados hasta caer, y por ello que seamos librados del mal y del maligno siempre.

            En un momento de oración silenciosa también nosotros pedimos esa misma gracia. El guía técnico que nos acompaña, natural de Belén, nos pronunció el Padrenuestro en la misma lengua aramea que hablaban Jesús y los discípulos. Realmente nos conmovió la dulzura de esas palabras que escuchamos con devoción como dirigidas también a nosotros. No faltó, tampoco en esta ocasión, que al final recitásemos nosotros el Padrenuestro en asturianu siguiendo la versión que se encuentra en uno de los corredores plasmado en una cerámica que hace años llevó nuestro actual Delegado de Peregrinaciones, D. Javier Suárez. Estoy seguro que Dios también entendió nuestro bable para pedirle lo que aquellos discípulos le pedían en arameo.
Misa en la capilla Dominus Flevit
 
            Comenzamos a descender el Monte de los Olivos, e hicimos una parada en la capilla llamada “Dominus flevit”, que recuerda ese momento en donde Jesús mirando a Jerusalén prorrumpió en llanto por la ciudad santa. Allí pudimos celebrar la Eucaristía de este día. No sólo el Señor abrió su corazón a los discípulos en momentos de grande confidencia e intimidad, sino que también dejó traslucir sus propios sentimientos en algunas ocasiones: se ensimismó viendo jugar a unos pequeños en la plaza, no se distrajo ante el gesto de una pobre anciana que entregaba lo que necesitaba como ofrenda para el Templo, o cuando salió en defensa de una mujer en el trance de ser lapidada posiblemente por sus clientes de horario nocturno, o aquella ocasión que paró la comitiva fúnebre de una madre pobre viuda que apenada iba a enterrar a su hijo único. El apóstol Pablo dirá a los cristianos de Filipos que tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús (Filp 2,5). Y entre estos sentimientos, está también el llanto del Señor. Él se emocionó hasta las lágrimas ante la noticia de la muerte de su amigo Lázaro. Y también, como recordábamos en ese lugar del Dominus Flevit rompió a llorar ante la vista de Jerusalén cuando sus días estaban ya próximos a terminar.



            Hay un libro conmovedor del fundador de Ayuda a la Iglesia Necesitada, esa asociación católica que desde la II Guerra Mundial salió al encuentro de las víctimas de esa y de tantas guerras que dejan a las comunidades cristianas totalmente desvalidas. El Padre Werenfried van Straaten, escribió ese libro que se titula así: “Dios llora en la tierra”. Es un relato realmente emotivo de cómo el Señor sigue vertiendo lágrimas en las tragedias de todos sus hijos. Jerusalén aparece ante la mirada de Jesús como un símbolo de la historia humana que no ha realizado el viejo sueño eterno que Dios le confió, y su historia era y sigue siendo una historia chafada que no ha logrado contar el relato de paz y de amor que allí el Señor quiso proclamar. El rechazo con el desdén más blasfemo, se hacía desprecio del último y definitivo enviado, Jesús, el Mesías esperado que Jerusalén no quiso reconocer.
Lugar de la Ascensión

 
 

Los peregrinos asturianos, en el lugar de la Ascensión
        
Escuchando las explicaciones de d. Jorge Juan Fernández Sangrador
 
    Pero cada uno de nosotros es una Jerusalén en pequeño. Porque también nosotros hemos sido soñados y queridos por Dios; también a cada uno Él nos ha querido hacer partícipes de una historia bondadosa y bella que ha querido que realizásemos en el tiempo de nuestros años y en el escenario de nuestro lugar, con aquellos que nos puso al lado por diferente motivo humano, vocacional o profesional. Le pedíamos a Jesús que no seamos motivo de sus lágrimas sobre nosotros, que ninguno provoque el llanto en los ojos de Dios porque tampoco nosotros, como sucedió con Jerusalén, hemos reconocido en los tramos de nuestra vida lo que Dios nos daba, lo que nos pedía, aquello que habría debido crecer y madurar hasta vivir la vida cristiana de modo auténtico y santo.

            “Mujer, ¿por qué lloras, a quién buscas?” (Jn 20,15), le preguntó Jesús a María Magdalena. También nosotros lloramos, pero ¿cómo se llaman nuestras lágrimas y qué motivo tiene nuestro llanto? Esto se lo preguntamos al Señor en esa santa Misa, recordando precisamente sus lágrimas ante la Jerusalén que nosotros veíamos como un gran retablo tras el cristal detrás del altar.
Gruta del Prendimiento en el Huerto de Getsemaní
 

Peregrinos asturianos veneran la roca de la agonía, en Getsemaní
            Por último, visitamos un lugar que es siempre entrañable lo que evoca. Llegamos a esa almazara de Dios que fue Getsemaní, con la prensa de aceite (esto es lo que significa el nombre de ese famoso huerto) en donde no fue el óleo dulce de unos olivos, sino la sangre oscura que allí sudó Cristo.
Mons. Jesús Sanz, venerando la roca de la agonía, en Getsemaní
 
 

            Tres escenarios como en un relato correlativo, nos dan la idea de aquella hora larga que duró tamaña vigilia. Primero la oración de Jesús, después las tres veces que interrumpe para encontrar ayuda y consuelo en unos discípulos dormidos de cansancio y ajenos a lo que allí se estaba fraguando, y finalmente el prendimiento.

            La hora que otras veces impidió que prendieran al Señor, o que le despeñaran, ahora había llegado como las campanadas de un amor extremo. Era la antesala inevitable de la gran decisión, una hora interminable. Toda su humanidad, toda su libertad humana, en el trance de experimentar con todo su realismo qué significa dar la vida, de verdad. No bastó lo mucho que hizo y habló. Había que mostrar en una postrera y cruel lección que “nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Y esta era la gran prueba desmedida de su Amor sin medida. Tú solo, Señor, solo entre el cielo y la tierra, solo junto a quienes ignorantes y abrumados se caían de sueño, solo junto a quienes cegados y manipulados te buscaban como a un malhechor. Tú ante el Padre, en el diálogo más difícil y más humano, hasta sudar sangre. Huerto de oración filial, huerto de besos mentirosos, huerto de cansancio somnoliento. Huerto en el que abrir el primer triduo pascual. ¿Dónde estoy yo en aquel huerto?

            Jesús llevó consigo a los tres discípulos más íntimos. Juan, Santiago y Pedro. Como en el monte Tabor, cuando vieron todo el resplandor de Dios, ahora le verán a oscuras y hundido. Sudor de sangre en la presión del dolor más indebido. La respuesta de aquellos tres discípulos fue sin más el bostezo y un quedarse dormidos. Señor, perdona nuestra pobre mediocridad durmiente, cansina y lenta, que hacer estar ausentes cuando más presentes deberíamos estar.

            Judas salió apresurado con la prisa de todo su temor, quizás tejido también de miedo. Allí estaba con los cómplices de su cacería. Aquella noche era la caza más grande, la caza mayor, tratándose como se trataba de cazar nada menos que a Dios. Urdieron una estrategia, torpe, cobarde, desproporcionada. La contraseña fue extrañamente un beso. Nunca un beso ha sido expresión del desamor más infinito, de la traición más interminable. Y para decirle su desprecio a Cristo, Judas le besó. Todos le dejaron solo. Todos sus discípulos huyeron corriendo dejando atrás lo que hiciera falta, aunque en la fuga perdieran hasta el vestido, como expresión plástica de la desnudez a flor de piel, de un miedo sin lienzo y sin pudor.

En Litostrotos, Vía Dolorosa de Jerusalén
         
   Nunca un beso manchó tanto el amor, como ese de Judas. Nunca un beso escenificó tanto el engaño. Este discípulo, acaso fue el más inteligente y el que antes comprendió la verdadera razón de todo cuanto el Maestro hacía u omitía, decía o silenciaba. Por eso se desengañó de un Mesías que estaba dispuesto a vivir y a morir entre los hombres por una única causa: la gloria de su Padre Dios y la salvación de sus hermanos. Todo lo demás, ya fuera político, civil o religioso era valorado desde este criterio absoluto. Y Judas no aguantó que su Maestro no se plegase a sus pretensiones más o menos guerrilleras de expulsar al romano invasor.

            Qué fácil es, Señor, querer uniformarte con nuestros emblemas y estandartes, qué manía con tenerte de aliado en todas nuestras guerras locales y mundiales. Y también hoy tantos te invocan, y te piden bendición, para hacerte cómplice y mecenas de sus graves pretensiones sobre Ti y sobre la historia. Antes o después, acabamos descubriendo que no te dejas domesticar, y ensayamos el beso traicionero para matarte en el paredón piadoso de todos nuestros olvidos, escándalos y lamentos.

            El más solo que quedó, hasta desesperarse, fue el mismo Judas. No sólo huía de la escena, no sólo huía de Jesús, él puesto a la fuga llegó a huir hasta de sí mismo, y entonces Judas se ahorcó. Señor, qué fácilmente usamos nuestros subterfugios para exhibir nuestros odios, nuestras cobardías, nuestras acciones y omisiones, con un lenguaje o con un signo de amor, como aquel beso de Judas, falso como el Judas que te besó.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

 

1 comentario:

  1. ¿Dónde estoy yo en aquel huerto?. No sabe uno si hacerse o no esa pregunta, que pone al descubierto cómo me sitúo ante la Cruz en mi vida, como acompaño a tantos que sufren, como "doy la cara por Jesús".
    Mi hijo de 6 años me pregunta muchas veces: ¿por qué mataron a Jesús?. Para no liarlo más yo siempre le digo, porque era demasiado bueno y nos decía cómo teníamos que ser cada uno; era incómodo lo que Jesús pedía y algunos decidieron que mejor lo quitaban de en medio.
    Me uno a la oración entrañable de acción de gracias por tanto Amor gratuito, hasta el extremo. Le pido a Dios la gracia de saber responder a su deseo para mi vida. Ojalá no provoquemos sus lágrimas.
    Patricia. Gijón

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