Panorámica de Jerusalén desde el Monte de los Olivos |
Los días pasan y el recorrido de esta geografía que custodia una
historia santa a la que está uncida nuestra vida, nos ha llevado en este día a
los episodios en los que el desenlace de la entrega de Jesús, cobran un tono
rojizo y tenso por la pasión que poco a poco se avecina. Jesús no nos amó de
broma, como decía la mística franciscana Angela de Foligno.
La jornada la
empezamos en el monte de los Olivos para visitar la edicula del Olivete desde
donde Jesús ascendió al cielo y entregó su propia misión a los discípulos. No
nos quedamos absortos tampoco nosotros mirando al cielo, y comprendimos que
tras veinte siglos de historia cristiana aquella misión se nos ha transmitido
también a nosotros que no estábamos en el reducido círculo de aquel especial
adiós. Nuestros ojos, nuestras manos, nuestro corazón, nuestro tiempo, nuestro
ingenio y talento, nuestra entraña… todo se hace instrumento para que la misión
que Jesús nos confió en aquellos siga sembrando al viento de esta época las
semillas del Evangelio.
De allí pasamos
al lugar del Padrenuestro. Es la gruta en donde según la tradición Jesús
desveló su secreto orante. La gruta se encuentra protegida por el Monasterio de Carmelitas descalzas
Pater Noster, fundado en 1868 por la princesa de la Tour d’Auvergne. El
recuerdo de la oración enseñada por el Maestro ha motivado el que las paredes
del claustro aparezcan cubiertas con tan bella oración, escrita en la lengua
nativa de un largo número de pueblos de todo el mundo como luego diremos. Los discípulos le veían madrugar cada día y casi trasnochar tras
cada atardecer, para en soledad habitada hablar con el Padre Dios. De ahí que
en un momento de confidencia, cuando vieron que volvía de orar, un anónimo
discípulo le dijo aquello que para tantos luego se ha convertido en una misma
oración: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús desgranó esa maravillosa
oración en cuyas siete peticiones se concentra toda la vida cristiana: desde la
invocación al Padre y la gloria de su santo Nombre, hasta desear que no se
frustre en nosotros lo que Él ha soñado para la tierra como no se frustra lo
que es realidad en el cielo; y que no nos falte el pan de cada día, como
tampoco la paz del perdón fraterno que sea espejo del perdón misericordioso que
recibimos de Dios; para concluir con humildad que no seamos tentados hasta
caer, y por ello que seamos librados del mal y del maligno siempre.
En un momento de
oración silenciosa también nosotros pedimos esa misma gracia. El guía técnico
que nos acompaña, natural de Belén, nos pronunció el Padrenuestro en la misma
lengua aramea que hablaban Jesús y los discípulos. Realmente nos conmovió la
dulzura de esas palabras que escuchamos con devoción como dirigidas también a
nosotros. No faltó, tampoco en esta ocasión, que al final recitásemos nosotros
el Padrenuestro en asturianu
siguiendo la versión que se encuentra en uno de los corredores plasmado en una
cerámica que hace años llevó nuestro actual Delegado de Peregrinaciones, D.
Javier Suárez. Estoy seguro que Dios también entendió nuestro bable para
pedirle lo que aquellos discípulos le pedían en arameo.
Misa en la capilla Dominus Flevit |
Comenzamos a
descender el Monte de los Olivos, e hicimos una parada en la capilla llamada
“Dominus flevit”, que recuerda ese momento en donde Jesús mirando a Jerusalén
prorrumpió en llanto por la ciudad santa. Allí pudimos celebrar la Eucaristía
de este día. No sólo el Señor abrió su corazón a los discípulos en momentos de
grande confidencia e intimidad, sino que también dejó traslucir sus propios
sentimientos en algunas ocasiones: se ensimismó viendo jugar a unos pequeños en
la plaza, no se distrajo ante el gesto de una pobre anciana que entregaba lo
que necesitaba como ofrenda para el Templo, o cuando salió en defensa de una mujer
en el trance de ser lapidada posiblemente por sus clientes de horario nocturno,
o aquella ocasión que paró la comitiva fúnebre de una madre pobre viuda que
apenada iba a enterrar a su hijo único. El apóstol Pablo dirá a los cristianos
de Filipos que tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús (Filp 2,5). Y
entre estos sentimientos, está también el llanto del Señor. Él se emocionó
hasta las lágrimas ante la noticia de la muerte de su amigo Lázaro. Y también,
como recordábamos en ese lugar del Dominus
Flevit rompió a llorar ante la vista de Jerusalén cuando sus días estaban
ya próximos a terminar.
Hay un libro
conmovedor del fundador de Ayuda a la Iglesia Necesitada, esa asociación
católica que desde la II Guerra Mundial salió al encuentro de las víctimas de
esa y de tantas guerras que dejan a las comunidades cristianas totalmente
desvalidas. El Padre Werenfried van Straaten, escribió ese libro que se titula
así: “Dios llora en la tierra”. Es un relato realmente emotivo de cómo el Señor
sigue vertiendo lágrimas en las tragedias de todos sus hijos. Jerusalén aparece
ante la mirada de Jesús como un símbolo de la historia humana que no ha
realizado el viejo sueño eterno que Dios le confió, y su historia era y sigue
siendo una historia chafada que no ha logrado contar el relato de paz y de amor
que allí el Señor quiso proclamar. El rechazo con el desdén más blasfemo, se
hacía desprecio del último y definitivo enviado, Jesús, el Mesías esperado que
Jerusalén no quiso reconocer.
Lugar de la Ascensión |
Los peregrinos asturianos, en el lugar de la Ascensión |
Escuchando las explicaciones de d. Jorge Juan Fernández Sangrador |
Pero cada uno de
nosotros es una Jerusalén en pequeño. Porque también nosotros hemos sido
soñados y queridos por Dios; también a cada uno Él nos ha querido hacer
partícipes de una historia bondadosa y bella que ha querido que realizásemos en
el tiempo de nuestros años y en el escenario de nuestro lugar, con aquellos que
nos puso al lado por diferente motivo humano, vocacional o profesional. Le
pedíamos a Jesús que no seamos motivo de sus lágrimas sobre nosotros, que
ninguno provoque el llanto en los ojos de Dios porque tampoco nosotros, como
sucedió con Jerusalén, hemos reconocido en los tramos de nuestra vida lo que
Dios nos daba, lo que nos pedía, aquello que habría debido crecer y madurar
hasta vivir la vida cristiana de modo auténtico y santo.
“Mujer, ¿por qué
lloras, a quién buscas?” (Jn 20,15), le preguntó Jesús a María Magdalena.
También nosotros lloramos, pero ¿cómo se llaman nuestras lágrimas y qué motivo
tiene nuestro llanto? Esto se lo preguntamos al Señor en esa santa Misa, recordando
precisamente sus lágrimas ante la Jerusalén que nosotros veíamos como un gran
retablo tras el cristal detrás del altar.
Gruta del Prendimiento en el Huerto de Getsemaní |
Peregrinos asturianos veneran la roca de la agonía, en Getsemaní |
Por último,
visitamos un lugar que es siempre entrañable lo que evoca. Llegamos a esa
almazara de Dios que fue Getsemaní, con la prensa de aceite (esto es lo que
significa el nombre de ese famoso huerto) en donde no fue el óleo dulce de unos
olivos, sino la sangre oscura que allí sudó Cristo.
Mons. Jesús Sanz, venerando la roca de la agonía, en Getsemaní |
Tres escenarios
como en un relato correlativo, nos dan la idea de aquella hora larga que duró
tamaña vigilia. Primero la oración de Jesús, después las tres veces que
interrumpe para encontrar ayuda y consuelo en unos discípulos dormidos de
cansancio y ajenos a lo que allí se estaba fraguando, y finalmente el
prendimiento.
La hora que otras
veces impidió que prendieran al Señor, o que le despeñaran, ahora había llegado
como las campanadas de un amor extremo. Era la antesala inevitable de la gran
decisión, una hora interminable. Toda su humanidad, toda su libertad humana, en
el trance de experimentar con todo su realismo qué significa dar la vida, de
verdad. No bastó lo mucho que hizo y habló. Había que mostrar en una postrera y
cruel lección que “nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos”
(Jn 15,13). Y esta era la gran prueba desmedida de su Amor sin medida. Tú solo,
Señor, solo entre el cielo y la tierra, solo junto a quienes ignorantes y
abrumados se caían de sueño, solo junto a quienes cegados y manipulados te
buscaban como a un malhechor. Tú ante el Padre, en el diálogo más difícil y más
humano, hasta sudar sangre. Huerto de oración filial, huerto de besos
mentirosos, huerto de cansancio somnoliento. Huerto en el que abrir el primer
triduo pascual. ¿Dónde estoy yo en aquel huerto?
Jesús llevó
consigo a los tres discípulos más íntimos. Juan, Santiago y Pedro. Como en el
monte Tabor, cuando vieron todo el resplandor de Dios, ahora le verán a oscuras
y hundido. Sudor de sangre en la presión del dolor más indebido. La respuesta
de aquellos tres discípulos fue sin más el bostezo y un quedarse dormidos.
Señor, perdona nuestra pobre mediocridad durmiente, cansina y lenta, que hacer
estar ausentes cuando más presentes deberíamos estar.
Judas salió
apresurado con la prisa de todo su temor, quizás tejido también de miedo. Allí
estaba con los cómplices de su cacería. Aquella noche era la caza más grande,
la caza mayor, tratándose como se trataba de cazar nada menos que a Dios.
Urdieron una estrategia, torpe, cobarde, desproporcionada. La contraseña fue
extrañamente un beso. Nunca un beso ha sido expresión del desamor más infinito,
de la traición más interminable. Y para decirle su desprecio a Cristo, Judas le
besó. Todos le dejaron solo. Todos sus discípulos huyeron corriendo dejando
atrás lo que hiciera falta, aunque en la fuga perdieran hasta el vestido, como
expresión plástica de la desnudez a flor de piel, de un miedo sin lienzo y sin
pudor.
En Litostrotos, Vía Dolorosa de Jerusalén |
Nunca un beso
manchó tanto el amor, como ese de Judas. Nunca un beso escenificó tanto el
engaño. Este discípulo, acaso fue el más inteligente y el que antes comprendió
la verdadera razón de todo cuanto el Maestro hacía u omitía, decía o
silenciaba. Por eso se desengañó de un Mesías que estaba dispuesto a vivir y a
morir entre los hombres por una única causa: la gloria de su Padre Dios y la
salvación de sus hermanos. Todo lo demás, ya fuera político, civil o religioso
era valorado desde este criterio absoluto. Y Judas no aguantó que su Maestro no
se plegase a sus pretensiones más o menos guerrilleras de expulsar al romano
invasor.
Qué fácil es,
Señor, querer uniformarte con nuestros emblemas y estandartes, qué manía con
tenerte de aliado en todas nuestras guerras locales y mundiales. Y también hoy
tantos te invocan, y te piden bendición, para hacerte cómplice y mecenas de sus
graves pretensiones sobre Ti y sobre la historia. Antes o después, acabamos
descubriendo que no te dejas domesticar, y ensayamos el beso traicionero para
matarte en el paredón piadoso de todos nuestros olvidos, escándalos y lamentos.
El más solo que
quedó, hasta desesperarse, fue el mismo Judas. No sólo huía de la escena, no sólo
huía de Jesús, él puesto a la fuga llegó a huir hasta de sí mismo, y entonces
Judas se ahorcó. Señor, qué fácilmente usamos nuestros subterfugios para
exhibir nuestros odios, nuestras cobardías, nuestras acciones y omisiones, con
un lenguaje o con un signo de amor, como aquel beso de Judas, falso como el
Judas que te besó.
+
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
¿Dónde estoy yo en aquel huerto?. No sabe uno si hacerse o no esa pregunta, que pone al descubierto cómo me sitúo ante la Cruz en mi vida, como acompaño a tantos que sufren, como "doy la cara por Jesús".
ResponderEliminarMi hijo de 6 años me pregunta muchas veces: ¿por qué mataron a Jesús?. Para no liarlo más yo siempre le digo, porque era demasiado bueno y nos decía cómo teníamos que ser cada uno; era incómodo lo que Jesús pedía y algunos decidieron que mejor lo quitaban de en medio.
Me uno a la oración entrañable de acción de gracias por tanto Amor gratuito, hasta el extremo. Le pido a Dios la gracia de saber responder a su deseo para mi vida. Ojalá no provoquemos sus lágrimas.
Patricia. Gijón