viernes, 3 de julio de 2015

Jueves, 2 de julio de 2015. En el principio… fue María


Mons. Jesús Sanz con los peregrinos, en Nazaret


           Nos dimos cita en la parroquia de Santiago del Monte, la más próxima al aeropuerto asturiano de Ranón. Allí celebramos la Eucaristía los peregrinos que vamos a Tierra Santa con la peregrinación diocesana de este año. Santiago nos trajo el Evangelio partiendo de allá, y nos habló de su Señor y Maestro. Le devolvemos la visita yendo a su punto de partida para tratar de ensimismarnos con las palabras y los hechos de Jesús Resucitado de quien Santiago fue amigo.
            La lectura que escuchamos fue la conocida del libro del Génesis: “Sal de tu tierra( Gén 12). Así se le dijo a aquel hombre con el que nada menos que el mismo Dios quiso escribir una historia inolvidable. Esta es la experiencia más honda del corazón del hombre que siempre se ha visto peregrino de un destino que no han fijado jamás nuestros intereses ni nuestra pretensión. Hay una indomable curiosidad, una irrefrenable atracción, una imparable tendencia hacia ese misterio de belleza, de verdad y de bondad que nos hacen rebeldes ante toda resignación frente a cualquier mediocridad.
            El sentido que tiene la peregrinación cristiana, es emular aquella invitación que recibió Abraham y que Dios vuelve a dirigir a cada uno de sus hijos. No se trata de la salida fugitiva de quien huye de su pasado y de su presente hacia un futuro de quimera. Es la salida de quien desea volver habiendo aprendido algo, habiendo recibido una gracia que le permite abrazar lo que a diario amasa y ama, pero de una manera nueva.
            Tierra Santa ha sido la meta de tantos creyentes cristianos, de tantos santos peregrinos que yendo hasta las fuentes de nuestra fe, nos han dejado surcos rodados con sus testimonios de búsqueda, de hallazgo, de encuentro, de renovación profunda.
            Vamos a la geografía de la salvación para volver a leer una historia a la que pertenecemos, y de alguna manera representamos a toda la Archidiócesis de Oviedo y por todos y cada uno de nuestros hermanos y hermanas queremos elevar nuestras oraciones, encomendando lo que nos prueba y nos supera, y agradeciendo tanto como nos regala la Divina Providencia.

En Nazaret


            Esa geografía santa por ser la patria chica de nuestro Salvador, está jalonada por los momentos en los que su humanidad divina nació, creció, se hizo adulta. Rincones en los que será fácil poner contexto a escenas de los Evangelios que tanto bien nos ha hecho leerlas e imaginarlas. Toda historia de amor, y esta lleva el Amor con mayúsculas, no sólo tiene unas fechas sino también unos lugares donde ha acontecido. Recrear nuestra mirada en ese paisaje, respirar sus aires, atravesar los siglos de su tiempo, y asomarnos de nuevo a tantas palabras de vida que dijo el Maestro, a tantos gestos amorosos con los que Jesús nos fue contando como Hijo el amor que el Padre Dios nos tiene.
            Jesús, María y los Apóstoles de aquella primera hora cristiana, y también la huella de tantos hombres y mujeres santos que se han allegado a la Tierra Santa estarán presentes. A ellos nos encomendamos para que nuestro peregrinar tenga la gracia que Dios nos quiere regalar: nuestras hambres saciadas con otro pan, nuestra ceguera iluminada con otra lumbre, nuestros pecados lavados con agua de perdón, e igual la cojera, la mudez y la sordera que nos incapacitan para mirar, para escuchar, para alabar serán curadas con la gracia de su paz.
Mons. Jesús Sanz bendice a los peregrinos desde la gruta de la Encarnación, tras el Ángelus

            El día ha transcurrido en torno a María, porque Ella fue el comienzo de la historia humana de Dios. También nosotros hemos querido vivirlo así: empezando por la Virgen. La Basílica de la Anunciación en Nazaret y el Santuario Stella Maris en el Monte Carmelo, han sido los dos lugares en donde hemos puesto nuestra mirada en un primer paso como peregrinos. En Nazaret María nos da ese precioso testimonio de alguien que se fía de Dios, que cree que lo imposible para uno es posible para Dios. ¿Cómo aprender esto, como poder fiarnos de veras? Mirando a la vida en la que el Señor hace y dice maravillas. Así se le dijo a María: mira a tu prima Isabel, pues la que llamaban estéril está ya de seis meses. ¿Cuáles son mis imposibilidades? ¿Qué desafía mi pequeñez y pobreza personal? Ahí nos espera Dios, para hacernos comprender que cuanto yo no puedo, Él lo puede hacer; cuanto yo no sé, Él me lo enseña en los hermanos; cuanto yo no tengo, Él me lo comparte de mil modos con su gracia infinita. María se fio de Dios y la Palabra se hizo carne de su ser.
           El Monte Carmelo nos ha hecho recordar a los profetas que en él se encaramaban en sus cuevas de penitencia y testimonio. Elías el tesbita se levanta como esa pasión por servir a Dios desenmascarando todo lo que sea falso y postizo, todo cuanto en la vida se torne tramposo y trucado. Pero allí, aparece también la nubecita pequeña que va subiendo por el Monte hasta hacerse nube consistente y llover las bendiciones del Altísimo. Y esa nubecita de bendición ha sido siempre considerada como una imagen de la Virgen María. Ella aquí, ante el espectáculo del Mare Nostrum, el Mediterráneo, se levanta como verdadero faro al igual que en todos nuestras orillas de los mares procelosos. La vida es un rompeolas, unas veces con sus ondas suaves que terminan por peinar las playas de nuestro descanso; otras con su oleaje bravío que se estrellan en el acantilado dejándole herido. Pero en esa vida así de variopinta, hay un faro que nos orienta, nos acompaña, nos recuerda cosas: y ese faro es María.
En el Monte Carmelo

            Este año, además, dado que estamos en una de las cunas de la familia carmelitana, hicimos en el Monte Carmelo memoria de esa hija ejemplar que es Santa Teresa de Jesús en el V Centenario de su nacimiento. La santa castellana nos enseña que Dios es un Dios cotidiano y nada aburrido, un Dios que por andar… anda entre los pucheros donde la vida se arrebata, se quema, sigue cruda o se ha conseguido servir en su punto de gusto como el mejor alimento. Y con Teresa aprendemos que cada época es siempre momento de tiempos recios, ante los cuales sólo cabe ser amigos fuertes de Dios y llegar hasta la orilla última como hijos de la Iglesia. Quien esto tiene, nada le falta, porque sólo Dios basta.

Misa en el Monte Carmelo



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