Mons. Jesús Sanz con los peregrinos, en Nazaret |
Nos dimos cita en
la parroquia de Santiago del Monte, la más próxima al aeropuerto asturiano de Ranón.
Allí celebramos la Eucaristía los peregrinos que vamos a Tierra Santa con la
peregrinación diocesana de este año. Santiago nos trajo el Evangelio partiendo
de allá, y nos habló de su Señor y Maestro. Le devolvemos la visita yendo a su
punto de partida para tratar de ensimismarnos con las palabras y los hechos de
Jesús Resucitado de quien Santiago fue amigo.
La lectura que
escuchamos fue la conocida del libro del Génesis: “Sal de tu tierra( Gén 12).
Así se le dijo a aquel hombre con el que nada menos que el mismo Dios quiso
escribir una historia inolvidable. Esta es la experiencia más honda del corazón
del hombre que siempre se ha visto peregrino de un destino que no han fijado
jamás nuestros intereses ni nuestra pretensión. Hay una indomable curiosidad,
una irrefrenable atracción, una imparable tendencia hacia ese misterio de
belleza, de verdad y de bondad que nos hacen rebeldes ante toda resignación
frente a cualquier mediocridad.
El sentido que
tiene la peregrinación cristiana, es emular aquella invitación que recibió
Abraham y que Dios vuelve a dirigir a cada uno de sus hijos. No se trata de la
salida fugitiva de quien huye de su pasado y de su presente hacia un futuro de
quimera. Es la salida de quien desea volver habiendo aprendido algo, habiendo
recibido una gracia que le permite abrazar lo que a diario amasa y ama, pero de
una manera nueva.
Tierra Santa ha
sido la meta de tantos creyentes cristianos, de tantos santos peregrinos que
yendo hasta las fuentes de nuestra fe, nos han dejado surcos rodados con sus
testimonios de búsqueda, de hallazgo, de encuentro, de renovación profunda.
Vamos a la geografía
de la salvación para volver a leer una historia a la que pertenecemos, y de
alguna manera representamos a toda la Archidiócesis de Oviedo y por todos y
cada uno de nuestros hermanos y hermanas queremos elevar nuestras oraciones,
encomendando lo que nos prueba y nos supera, y agradeciendo tanto como nos
regala la Divina Providencia.
En Nazaret |
Esa geografía
santa por ser la patria chica de nuestro Salvador, está jalonada por los
momentos en los que su humanidad divina nació, creció, se hizo adulta. Rincones
en los que será fácil poner contexto a escenas de los Evangelios que tanto bien
nos ha hecho leerlas e imaginarlas. Toda historia de amor, y esta lleva el Amor
con mayúsculas, no sólo tiene unas fechas sino también unos lugares donde ha
acontecido. Recrear nuestra mirada en ese paisaje, respirar sus aires,
atravesar los siglos de su tiempo, y asomarnos de nuevo a tantas palabras de
vida que dijo el Maestro, a tantos gestos amorosos con los que Jesús nos fue
contando como Hijo el amor que el Padre Dios nos tiene.
Jesús, María y
los Apóstoles de aquella primera hora cristiana, y también la huella de tantos
hombres y mujeres santos que se han allegado a la Tierra Santa estarán
presentes. A ellos nos encomendamos para que nuestro peregrinar tenga la gracia
que Dios nos quiere regalar: nuestras hambres saciadas con otro pan, nuestra
ceguera iluminada con otra lumbre, nuestros pecados lavados con agua de perdón,
e igual la cojera, la mudez y la sordera que nos incapacitan para mirar, para
escuchar, para alabar serán curadas con la gracia de su paz.
Mons. Jesús Sanz bendice a los peregrinos desde la gruta de la Encarnación, tras el Ángelus |
El día ha
transcurrido en torno a María, porque Ella fue el comienzo de la historia
humana de Dios. También nosotros hemos querido vivirlo así: empezando por la
Virgen. La Basílica de la Anunciación en Nazaret y el Santuario Stella Maris en
el Monte Carmelo, han sido los dos lugares en donde hemos puesto nuestra mirada
en un primer paso como peregrinos. En Nazaret María nos da ese precioso
testimonio de alguien que se fía de Dios, que cree que lo imposible para uno es
posible para Dios. ¿Cómo aprender esto, como poder fiarnos de veras? Mirando a
la vida en la que el Señor hace y dice maravillas. Así se le dijo a María: mira
a tu prima Isabel, pues la que llamaban estéril está ya de seis meses. ¿Cuáles
son mis imposibilidades? ¿Qué desafía mi pequeñez y pobreza personal? Ahí nos
espera Dios, para hacernos comprender que cuanto yo no puedo, Él lo puede
hacer; cuanto yo no sé, Él me lo enseña en los hermanos; cuanto yo no tengo, Él
me lo comparte de mil modos con su gracia infinita. María se fio de Dios y la
Palabra se hizo carne de su ser.
El Monte Carmelo
nos ha hecho recordar a los profetas que en él se encaramaban en sus cuevas de
penitencia y testimonio. Elías el tesbita se levanta como esa pasión por servir
a Dios desenmascarando todo lo que sea falso y postizo, todo cuanto en la vida
se torne tramposo y trucado. Pero allí, aparece también la nubecita pequeña que
va subiendo por el Monte hasta hacerse nube consistente y llover las
bendiciones del Altísimo. Y esa nubecita de bendición ha sido siempre
considerada como una imagen de la Virgen María. Ella aquí, ante el espectáculo
del Mare Nostrum, el Mediterráneo, se levanta como verdadero faro al igual que
en todos nuestras orillas de los mares procelosos. La vida es un rompeolas,
unas veces con sus ondas suaves que terminan por peinar las playas de nuestro
descanso; otras con su oleaje bravío que se estrellan en el acantilado
dejándole herido. Pero en esa vida así de variopinta, hay un faro que nos
orienta, nos acompaña, nos recuerda cosas: y ese faro es María.
En el Monte Carmelo |
Este año, además,
dado que estamos en una de las cunas de la familia carmelitana, hicimos en el
Monte Carmelo memoria de esa hija ejemplar que es Santa Teresa de Jesús en el V
Centenario de su nacimiento. La santa castellana nos enseña que Dios es un Dios
cotidiano y nada aburrido, un Dios que por andar… anda entre los pucheros donde
la vida se arrebata, se quema, sigue cruda o se ha conseguido servir en su
punto de gusto como el mejor alimento. Y con Teresa aprendemos que cada época
es siempre momento de tiempos recios, ante los cuales sólo cabe ser amigos
fuertes de Dios y llegar hasta la orilla última como hijos de la Iglesia. Quien
esto tiene, nada le falta, porque sólo Dios basta.
Misa en el Monte Carmelo |
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