martes, 7 de julio de 2015

Lunes, 6 julio de 2015. De las piedras de Petra al encuentro con el Padre Carlos

Petra (Jordania)

Peregrinos asturianos entrando en Petra

Ya sabíamos que la mañana iba a ser algo intensa y nos preparamos para la ocasión. Petra es un lugar particularmente interesante de Jordania. El Reino Hachemita tiene esta joya que representa una de las llamadas siete maravillas del mundo. Se da una confluencia de trabajos dentro de una naturaleza que nos acoge. La cadena de montañas Al Sharah que rodea este lugar y que se extiende desde el Mar Muerto hasta el Mar Rojo, se sitúa en una altura entre los 800 y 1350 mts.
            Lo primero que sorprende es el trabajo que ha ido realizando la misma naturaleza con el pasar de los siglos. El buril del agua es uno de los que mejor esculpe la piedra permitiendo las figuras de caprichos y arabescos, abriendo la roca viva para dibujar un sendero que hace de cañón hondo y sinuoso con meandros que serpentean ante la admiración atónita de los viandantes. En época de nieves y de lluvia ese cañón se convierte en verdadero canal con una fuerza fluvial capaz de arrastras incluso un coche todoterreno. Si esta es la creatividad de la naturaleza a través del cincel del Creador, es también sorprendente lo que el escoplo humano es capaz de hacer dando formas a las rocas en esa ciudadela alargada.
Peregrinos en Petra

            El primer impacto es por la cantidad de monumentos funerarios con tumbas excavadas en la roca, pero con una particular belleza a los frontis con los que tantas de ellas están adornadas con influencias arquitectónicas fundamentalmente griegas. La muerte forma parte de la vida, paradójicamente, y esto lo sabían aquellos hombres y mujeres tan lejanos en el tiempo a nosotros. Pero el hecho de concebir, como se plasma en Petra, lo que es un monumento funerario tan cargado de símbolos, nos permite comprender que el corazón humano tiene ese humus común a todos los hombres de todas las épocas y de todos los lugares, sea cual haya sido su condición social, su matriz cultural o su credo religioso. Es bien interesante hacer en este sentido una lectura comparada de las religiones y de las antropologías: en el fondo, lo que despierta en nosotros el amor y el ensueño, la alegría y la esperanza es compartido por cualquier hombre o mujer que sencillamente esté vivo. Igual sucede con lo que se refiere a la soledad y las pesadillas, la tristeza y el desencanto: todos tenemos como terruño común esos mismos sentimientos.
            Cambiará el modo de expresarlos, el talento a la hora de describirlos con nuestros versos, o colorearlos con nuestros pinceles, o rezarlos con la gratitud o petición de nuestros rezos, pero esos sentimientos que nos constituyen por entero hacen que sea el corazón humano el que narre sin censura sus exigencias más verdaderas. Y así lo pudimos ver en Petra cuando la belleza de las columnas y capiteles querían plasmar la morada digna del difunto en la eternidad. O las escaleras que culminan tantos de sus tímpanos, nos están diciendo cómo la vida es un bajar para luego subir. O el descansillo a la puerta de la tumba para que quienes no quieren olvidar al difunto, puedan sentarse y descansar charlando, recordando quizás lo que representó en la vida ese ser querido ahora ausente.
Grupo de peregrinos asturianos

            Además de estos monumentos funerarios, cuya belleza estelar se lleva el llamado El Tesoro (Al Khazneh), encontramos también el Teatro, las tiendas de los importantes comerciantes que luego competían en hacer el mausoleo de mayor majestuosidad, las casas, e incluso a partir del siglo V una iglesia cristiana bizantina. Ante este espectáculo de ruinas de algo que antes fue grande, se nos viene de nuevo la reflexión de ayer sobre la caducidad de nuestras grandezas. No es una belleza maldita, aunque las cosas humanas no duran eternamente en la tierra. Con enorme respeto y sincera gratitud por esta maravilla que nos legaron tanto los Nabateos (a partir del siglo V antes de Cristo), como los cristianos bizantinos desde el siglo V después de Cristo. Y pedimos al Señor que amemos el límite de nuestras cosas con la conciencia de su finitud, mientras anhelamos lo infinito de nuestro corazón que tiene exigencias eternas.
     Hay un testimonio que siempre me conmueve recordarlo, a propósito de ese sentido religioso que anida en cada corazón humano. Se trata de una entrevista célebre que hace años recordé. En el ambiente casi mágico del otoño madrileño, tuvo lugar una entrevista especial al Doctor Severo Ochoa, casi al final de sus días. Con música de Schumann como paisaje sonoro de fondo, la periodista, dejando de lado los temas banales que siempre se traen para romper el hielo, se adentró en esos temas que ella misma llamaba “abstractos”: Doctor, ¿qué es la vida? ¿cuál es el origen? ¿qué es la muerte? ¿qué hay después? ¿sabe usted dónde está el amor de su esposa? ¿me podría explicar sobre una pizarra por qué, al atardecer, se pone usted tan triste?
Y como si en un zoom cinematográfico nos fueran presentando el primer plano del rostro del premiado médico, cada vez más cerca, cada vez más desnudo su secreto y su pudor, el objetivo indiscreto de la periodista sorprendió a su anciano interlocutor en el trance de escuchar las grandes preguntas que ningún manual es capaz de responder, que ningún título académico y ningún premio Nobel capacitan para resolverlas. Así estaba él: escuchando las grandes preguntas que más nos constituyen, también las que más nos hieren al dejarnos vulnerables, escuchándolas entre el miedo de darles cabida con todo su reto, y la leal ignorancia de no saber ni muy bien ni muy mal responder algo cuerdo.
Aquellos labios carnosos y abultados del maduro profesor, dejaban caer un inevitablemente humilde “no lo sé”. Iba repitiendo sus no-saberes con una extraña pose, como quien ha sido alcanzado en lo más vulnerable, y cuando para nada sirve ya el exhibir algo de lo que tan fragmentariamente uno cree saber. Y así, ese edificio de sabiduría científica tan aplaudido con los más grandes honores y reconocimientos de la comunidad internacional, de pronto se vio así como desnudo sin lograr tapar mínimamente su pudor acusador. Es conocida su tremenda respuesta, cuando mirando en contrapicado desde arriba de su altura a la perpleja periodista, le espetó algo que vale por toda una confesión general… de la humilde verdad de un hombre de carne y hueso: “no tengo ni una sola respuesta para nada de lo que de verdad me interesa. Puedes escribir bien grande que te he dicho que soy un extraño sabio… un sabio que no sabe nada”.
Eucaristía en la parroquia católica de Amman

Mons. Jesús Sanz celebra la Eucaristía en la parroquia católica de Amman

Pero este día de peregrinación, habiendo doblado ya el ecuador de la misma, tenía por la tarde dos regalos más. Dejamos Petra y nos fuimos a Amman (250 kms al norte), la capital de Jordania. Allí celebramos la misa en la parroquia católica, donde hay un colegio que atienden y dirigen dos religiosas junto a los voluntarios de la Custodia de Tierra Santa que llevan los franciscanos, y el Padre Carlos, sacerdote católico árabe que nació en Belén. Todo nos hablaba de la universalidad del mensaje cristiano. Cantos en árabe, y en árabe también las lecturas de la misa y el mismo misal. Menos mal que llevábamos un misalito para poder celebrar en español. Pero Dios es rezado aquí en esta antigua y hermosa lengua: el árabe.
No sólo la parroquia y el colegio, sino también un centro de refugiados para los cristianos que vienen de Irak. Ellos han encontrado cobijo en esta comunidad cristiana, y son más de 420 familias las que han sido acogidas. Lo han perdido todo por el avance del Isis, los musulmanes sanguinarios y terroristas de la más cruel yihad. Fueron marcadas sus casas con la letra en árabe “N” para indicar que ahí viven los “nazarenos” (los cristianos), y a partir de ese momento tienen que entregar al Isis todo lo que tienen y pagar una multa impagable para seguir allí en lo que ya no es su propiedad, o bien salir escapados huyendo hacia donde sea con lo que pueden llevar en sus manos nada más.


Mons. Jesús Sanz, con d. Jorge Juan Fernández Sangrador y d. Javier Suárez

Mons. Jesús Sanz, con el padre Carlos, sacerdote católico árabe y párroco en Ammán
     El Padre Carlos vino a vernos al hotel antes de la cena, y mantuvimos un encuentro con él que nos conmovió profundamente a cuantos pudimos escucharle. Sin hacer ningún tipo de acepción de personas, ni de credos o nacionalidades, ellos acogen a quien tiene necesidad de ser acogido. Por amor a Dios, como testimonio fraterno de lo que hizo el mismo Cristo con nosotros. Y ellos han preferido perderlo todo con tal de poder seguir siendo cristianos, y van llegando a este lugar de una Jordania abierta y tolerante. No es simplemente el testimonio que nos dio este querido sacerdote que se ha quedado con los últimos, sino el modo con el que dejó traslucir su amor a esas personas que como su pueblo le ha sido confiado. Organismos internacionales como Acnur o la Comunidad europea, declinan sus ayudas diciendo que a los cristianos de Iraq no se les puede dar nada, aunque sí a otros que vengan de Siria u otro lugar. Incomprensible y escandaloso por la desinhibición de estas entidades que recogen fondos internacionales para luego repartirlos tan torticeramente con un arbitrio que se torna en injusticia flagrante. Pero Cáritas y otras organizaciones católicas están ahí sosteniendo la vida de quienes tan heroicamente sostienen su fe.
Mons. Jesús Sanz con cristianos iraquíes refugiados



D. Javier Suárez, Delegado de Peregrinaciones, con cristianos de Iraq refugiados en Jordania

Grupo de cristianos iraquíes refugiados en la parroquia jordana del padre Carlos

Le dijimos al Padre Carlos que no sólo le tendremos presente en nuestras oraciones, sabiendo por quiénes rezamos cuando oramos por los cristianos perseguidos, como tantas veces nos insta el Papa Francisco, sino también una ayuda económica con una colecta que haremos entre los peregrinos y que le enviaremos cuanto antes. Es el modo de compartir fraterno entre quienes formamos ese mismo cuerpo que tiene a Cristo por cabeza y a nosotros como sus diversos miembros.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

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