Petra (Jordania) |
Peregrinos asturianos entrando en Petra |
Ya sabíamos que la mañana iba a ser algo intensa y nos preparamos
para la ocasión. Petra es un lugar particularmente interesante de Jordania. El
Reino Hachemita tiene esta joya que representa una de las llamadas siete
maravillas del mundo. Se da una confluencia de trabajos dentro de una
naturaleza que nos acoge. La cadena de montañas Al Sharah que rodea este lugar
y que se extiende desde el Mar Muerto hasta el Mar Rojo, se sitúa en una altura
entre los 800 y 1350 mts.
Lo primero que
sorprende es el trabajo que ha ido realizando la misma naturaleza con el pasar
de los siglos. El buril del agua es uno de los que mejor esculpe la piedra
permitiendo las figuras de caprichos y arabescos, abriendo la roca viva para
dibujar un sendero que hace de cañón hondo y sinuoso con meandros que
serpentean ante la admiración atónita de los viandantes. En época de nieves y
de lluvia ese cañón se convierte en verdadero canal con una fuerza fluvial
capaz de arrastras incluso un coche todoterreno. Si esta es la creatividad de
la naturaleza a través del cincel del Creador, es también sorprendente lo que
el escoplo humano es capaz de hacer dando formas a las rocas en esa ciudadela
alargada.
Peregrinos en Petra |
El primer impacto
es por la cantidad de monumentos funerarios con tumbas excavadas en la roca,
pero con una particular belleza a los frontis con los que tantas de ellas están
adornadas con influencias arquitectónicas fundamentalmente griegas. La muerte
forma parte de la vida, paradójicamente, y esto lo sabían aquellos hombres y
mujeres tan lejanos en el tiempo a nosotros. Pero el hecho de concebir, como se
plasma en Petra, lo que es un monumento funerario tan cargado de símbolos, nos
permite comprender que el corazón humano tiene ese humus común a todos los
hombres de todas las épocas y de todos los lugares, sea cual haya sido su
condición social, su matriz cultural o su credo religioso. Es bien interesante
hacer en este sentido una lectura comparada de las religiones y de las
antropologías: en el fondo, lo que despierta en nosotros el amor y el ensueño,
la alegría y la esperanza es compartido por cualquier hombre o mujer que
sencillamente esté vivo. Igual sucede con lo que se refiere a la soledad y las
pesadillas, la tristeza y el desencanto: todos tenemos como terruño común esos
mismos sentimientos.
Cambiará el modo
de expresarlos, el talento a la hora de describirlos con nuestros versos, o
colorearlos con nuestros pinceles, o rezarlos con la gratitud o petición de
nuestros rezos, pero esos sentimientos que nos constituyen por entero hacen que
sea el corazón humano el que narre sin censura sus exigencias más verdaderas. Y
así lo pudimos ver en Petra cuando la belleza de las columnas y capiteles
querían plasmar la morada digna del difunto en la eternidad. O las escaleras
que culminan tantos de sus tímpanos, nos están diciendo cómo la vida es un
bajar para luego subir. O el descansillo a la puerta de la tumba para que
quienes no quieren olvidar al difunto, puedan sentarse y descansar charlando,
recordando quizás lo que representó en la vida ese ser querido ahora ausente.
Grupo de peregrinos asturianos |
Además de estos
monumentos funerarios, cuya belleza estelar se lleva el llamado El Tesoro (Al
Khazneh), encontramos también el Teatro, las tiendas de los importantes
comerciantes que luego competían en hacer el mausoleo de mayor majestuosidad,
las casas, e incluso a partir del siglo V una iglesia cristiana bizantina. Ante
este espectáculo de ruinas de algo que antes fue grande, se nos viene de nuevo
la reflexión de ayer sobre la caducidad de nuestras grandezas. No es una
belleza maldita, aunque las cosas humanas no duran eternamente en la tierra.
Con enorme respeto y sincera gratitud por esta maravilla que nos legaron tanto
los Nabateos (a partir del siglo V antes de Cristo), como los cristianos
bizantinos desde el siglo V después de Cristo. Y pedimos al Señor que amemos el
límite de nuestras cosas con la conciencia de su finitud, mientras anhelamos lo
infinito de nuestro corazón que tiene exigencias eternas.
Hay un
testimonio que siempre me conmueve recordarlo, a propósito de ese sentido
religioso que anida en cada corazón humano. Se trata de una entrevista célebre que hace
años recordé. En el ambiente casi mágico del otoño madrileño, tuvo lugar una entrevista
especial al Doctor Severo Ochoa, casi al final de sus días. Con música de
Schumann como paisaje sonoro de fondo, la periodista, dejando de lado los temas
banales que siempre se traen para romper el hielo, se adentró en esos temas que
ella misma llamaba “abstractos”: Doctor, ¿qué es la vida? ¿cuál es el origen?
¿qué es la muerte? ¿qué hay después? ¿sabe usted dónde está el amor de su
esposa? ¿me podría explicar sobre una pizarra por qué, al atardecer, se pone
usted tan triste?
Y como si en un zoom
cinematográfico nos fueran presentando el primer plano del rostro del premiado
médico, cada vez más cerca, cada vez más desnudo su secreto y su pudor, el
objetivo indiscreto de la periodista sorprendió a su anciano interlocutor en el
trance de escuchar las grandes preguntas que ningún manual es capaz de
responder, que ningún título académico y ningún premio Nobel capacitan para
resolverlas. Así estaba él: escuchando las grandes preguntas que más nos
constituyen, también las que más nos hieren al dejarnos vulnerables, escuchándolas
entre el miedo de darles cabida con todo su reto, y la leal ignorancia de no
saber ni muy bien ni muy mal responder algo cuerdo.
Aquellos labios
carnosos y abultados del maduro profesor, dejaban caer un inevitablemente
humilde “no lo sé”. Iba repitiendo sus no-saberes con una extraña pose, como
quien ha sido alcanzado en lo más vulnerable, y cuando para nada sirve ya el
exhibir algo de lo que tan fragmentariamente uno cree saber. Y así, ese
edificio de sabiduría científica tan aplaudido con los más grandes honores y
reconocimientos de la comunidad internacional, de pronto se vio así como
desnudo sin lograr tapar mínimamente su pudor acusador. Es conocida su tremenda
respuesta, cuando mirando en contrapicado desde arriba de su altura a la
perpleja periodista, le espetó algo que vale por toda una confesión general… de
la humilde verdad de un hombre de carne y hueso: “no tengo ni una sola
respuesta para nada de lo que de verdad me interesa. Puedes escribir bien
grande que te he dicho que soy un extraño sabio… un sabio que no sabe nada”.
Eucaristía en la parroquia católica de Amman |
Mons. Jesús Sanz celebra la Eucaristía en la parroquia católica de Amman |
Pero este día de
peregrinación, habiendo doblado ya el ecuador de la misma, tenía por la tarde
dos regalos más. Dejamos Petra y nos fuimos a Amman (250 kms al norte), la
capital de Jordania. Allí celebramos la misa en la parroquia católica, donde
hay un colegio que atienden y dirigen dos religiosas junto a los voluntarios de
la Custodia de Tierra Santa que llevan los franciscanos, y el Padre Carlos,
sacerdote católico árabe que nació en Belén. Todo nos hablaba de la
universalidad del mensaje cristiano. Cantos en árabe, y en árabe también las
lecturas de la misa y el mismo misal. Menos mal que llevábamos un misalito para
poder celebrar en español. Pero Dios es rezado aquí en esta antigua y hermosa
lengua: el árabe.
No sólo la parroquia
y el colegio, sino también un centro de refugiados para los cristianos que
vienen de Irak. Ellos han encontrado cobijo en esta comunidad cristiana, y son
más de 420 familias las que han sido acogidas. Lo han perdido todo por el
avance del Isis, los musulmanes sanguinarios y terroristas de la más cruel
yihad. Fueron marcadas sus casas con la letra en árabe “N” para indicar que ahí
viven los “nazarenos” (los cristianos), y a partir de ese momento tienen que
entregar al Isis todo lo que tienen y pagar una multa impagable para seguir
allí en lo que ya no es su propiedad, o bien salir escapados huyendo hacia
donde sea con lo que pueden llevar en sus manos nada más.
Mons. Jesús Sanz, con d. Jorge Juan Fernández Sangrador y d. Javier Suárez |
Mons. Jesús Sanz, con el padre Carlos, sacerdote católico árabe y párroco en Ammán |
Mons. Jesús Sanz con cristianos iraquíes refugiados |
D. Javier Suárez, Delegado de Peregrinaciones, con cristianos de Iraq refugiados en Jordania |
Grupo de cristianos iraquíes refugiados en la parroquia jordana del padre Carlos |
Le dijimos al Padre
Carlos que no sólo le tendremos presente en nuestras oraciones, sabiendo por
quiénes rezamos cuando oramos por los cristianos perseguidos, como tantas veces
nos insta el Papa Francisco, sino también una ayuda económica con una colecta
que haremos entre los peregrinos y que le enviaremos cuanto antes. Es el modo
de compartir fraterno entre quienes formamos ese mismo cuerpo que tiene a
Cristo por cabeza y a nosotros como sus diversos miembros.
+
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
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